Opinión

Encadenados

RESULTA MUY extraordinario prender una vela en un país donde la contaminación lumínica registra, a día de hoy, parámetros obscenos. Un hecho así solo se entendería si tratásemos de inventar un espacio donde primase un ambiente especial parar celebrar un acontecimiento de tonalidad íntima. Para entendernos: ¡algo muy especial! Por el resto, los actuales avances han dejado, supuestamente, en los confines del recuerdo infantil aquellos momentos en los que la luz provenía de un poco de cera ardiendo. En aquellos tiempos en los que los generadores y las infraestructuras fallaban a diario cuando crecía la demanda. En años en los que pasar la tarde o la noche en medio de la penumbra no sorprendía a nadie. De hecho, una multitud de familias recurrían a este método para cenar sobre el mantel de la humildad antes de desear buenas noches a conocidas siluetas que buscaban el camino de la cama. Pero las cosas han cambiado. Hoy, la luz ya no se va. Solo la corta un operario muy bien mandado ante un caso de impago. Esa era la situación que padecía una anciana de 81 años de edad. Residía con su nieta en la localidad catalana de Reus. Desde hacía dos meses le habían suspendido el suministro eléctrico por falta de pago. Y ante la áspera realidad provocada por la ‘pobreza energética’ decidió volver a tiempos pasados. Al rudimentario fuego. Pero, una noche la mala combustión salta a la cama. Del colchón se propaga al resto de la habitación. Y en el intento de huida, una caída apaga de un soplido la luz de la vida. Después llegarían unas efímeras lamentaciones, vacías de soluciones, ante el crecimiento de pobres encadenados a la oscuridad de solitarios pisos en España.

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