Opinión

Pandemia de irresponsabilidad

Hay que enseñar a los jóvenes como divertirse de manera responsable para que sus desmadres en plena quinta ola no nos salpiquen a los demás

LAS PÁGINAS de los periódicos, los mensajes de Whatsapp, las tertulias de radio y las conversaciones de taberna rezuman pesimismo y preocupación por el rebrote de la pandemia y las secuelas que deja en los infectados y las repercusiones en el sector hostelero, con muchas derivas económicas, y en toda la sociedad.

Lo cierto es que desde que la ministra de Sanidad nos liberó de las mascarillas "para que vuelvan las sonrisas", el virus no da tregua y los contagios se dispararon por el relajamiento general, por los viajes de fin de curso, el ocio nocturno y los festejos sin control. La quinta ola, desbocada, está acelerando la vuelta a las restricciones más duras a pesar de que la vacunación avanza a buen ritmo.

Lejos de mi culpar a los jóvenes. Ellos son hijos de esta sociedad permisiva que no supo transmitirles los valores y modales para encauzar su ardiente vitalidad a una diversión sana. Por eso esta recaída es responsabilidad de todos.

Pero algo más de culpa tienen los chicos que, pese a las advertencias de la autoridad sanitaria, se van de jarana a cara descubierta, sin control alguno. "Algúns mozos salen a emborracharse como burras pardas", dijo Cheché Real, presidente de Hostelería de Galicia. Los botellones, las fiestas en pisos, las aglomeraciones en locales de copas y las reuniones en las calles sin medidas de prevención están en el origen de los contagios y nos devuelven otra vez al punto de partida.

Hay otras formas de divertirse. El 9 de mayo de 1985, en plena movida madrileña, el alcalde Tierno se dirigió a los habitantes de la Villa en uno de sus famosos bandos y dedicaba a los jóvenes unos párrafos sobre cómo comportarse en las fiestas.

"Este regidor", decía, "ama a la juventud que es tranquila y tolerante... y confía en que se comporte durante las fiestas sin salacidad ni grosería, sin deslenguarse en la conversación, prestando cuidadosa atención a los adultos y atención, respeto máximo y ayuda a los que han llegado a la vejez.

Y si los jóvenes han de hacer bromas, háganlas con donosura y gala, pero sin daño, y si de retozar se trata, retócese, porque es propio de la juventud el glorioso retozar, pero háganlo sin daño para los bienes públicos, respetando los lugares en los que haya flores y céspedes, que hermosean la ciudad, y todo aquello cuanto al bien común ataña".

Hermosa lección del viejo profesor a los jóvenes de entonces que no sufrieron trauma alguno por divertirse con sentido.

Debería gravarse en el frontispicio de los colegios y en la portada de los libros de texto. Con copia a los padres.