Opinión

Los síndromes de septiembre

EN 1963, el Dúo Dinámico cantaba en El final del verano a los amores estivales que dejaban una huella imborrable en los tocados por Cupido y la seguridad de que aquella experiencia juvenil permanecería como un bonito recuerdo.

Eran otros tiempos. Cuando concluían aquellos veraneos no existían ni el "síndrome posvacacional" ni el "síndrome del otoño caliente". Del primero se ocupan estos días muchos medios, psicólogos y psiquiatras que dicen que ese problema -no le llaman enfermedad- cursa con tristeza, irritabilidad, mal humor, insomnio, cansancio y falta de concentración al volver al trabajo.

"Hay gente pa tó", decía El Gallo, y en estos primeros días de septiembre seguro que hay ciudadanos acomodados, con trabajo seguro y buena retribución, que después de descansar y disfrutar durante un mes o más "padecen" esos síntomas que, con todo respeto, son una frivolidad o, dicho con la fuerza expresiva de nuestra lengua, "unha carallada".

No lo tomen como demagogia, pero hablar de depresión por tener que volver al trabajo es un insulto a los tres millones de parados, a los trabajadores precarizados, como los 150.000 gallegos que ni cobran el salario mínimo, o a los autónomos, que si no curran no comen. Por no hablar de los agricultores y ganaderos, que en verano trabajan de sol a sol en sus leiras y prados y atienden a sus animales que comen todos los días.

Es más que probable que estas personas menos favorecidas, como la mayoría de los españoles, padezcan el segundo síndrome, el del "otoño caliente" que se adelanta a septiembre, al inicio del ejercicio político, y cursa con síntomas de hastío, cansancio, hartazgo e indignación porque la clase política tiene "secuestrado" al país.

Parálisis tan prolongada deteriora las instituciones, "llama" a la crisis y retrae medidas y reformas necesarias que podían ayudar a resolver problemas y ahuyentar incertidumbres y preocupaciones.

A mayores, de fuera llegan la guerra comercial, el Brexit duro y el contagio de la desaceleración económica y dentro se avecinan las sentencias de los Ere y del procés y se agrava la asfixia de las autonomías. Un cóctel que va a convulsionar la política, la economía y la vida de los españoles.

Con estas amenazas, si los políticos siguen tocando la lira, como dice la leyenda hacía Nerón viendo arder Roma, merecen los calificativos de inconscientes, incapaces o irresponsables, o los tres a la vez. Hasta amargan la vuelta al trabajo, que es una bendición.

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