Opinión

Steve Jobs y la manzana que cambió el mundo

EL COMPORTAMIENTO contumaz lleva a personas y a organizaciones a perpetrar de manera secuencial periódica cierto tipo de errores, que en muchos casos suponen la muerte en términos absolutos, y no sólo desde el punto de vista biológico, que también,  sino más bien desde una visión más empírica y conceptual.

Hace hoy trece años, el Grande entre los Grandes, Steve Jobs, presentaba el producto comercial tecnológico que más ha revolucionado nuestra vida desde la historia de los tiempos: el IPhone. 

Como va a ocurrir, siempre que ensalzo la figura de Jobs, más pronto que tarde, saldrán unos cuantos a despotricar sobre el, con cuestiones de índole personal. Si tenia un carácter agrio, si era insoportable, que trató despectivamente a su mujer e hija, si aparcaba su coche en el lugar reservado para minusválidos, y un largo etcétera.

Personalmente me gustaría céntrame más en la faceta profesional, más allá de dimes y diretes, pero reconociendo que muchos de esos comentarios podrían ser ciertos, ya que vienen de personas distintas y que estuvieron cerca de el.

Sabemos que una parte importante de los genios de nuestra civilización, padecieron patologías sociales similares. Sirva el ejemplo de los deméritos de personajes tan importantes como Picasso, Charles Chaplin, Gandhi o la mismísima Madre Teresa de Calcuta.

Jobs decía que el objetivo de su vida era cambiar el mundo, y si me lo permitís, el mío también lo es. La diferencia está, en que el lo ha conseguido, y yo todavía no, pero no dudéis que estoy en ello, quizá no lo consiga, pero sin lugar a duda lo voy a intentar hasta la extenuación, porque si algo puede cambiar el mundo para mejor,  es el binomio que existe entre la ciencia y la tecnología, y el ser humano, donde la tecnología y la ciencia van absolutamente de la mano, siendo una la consecuencia de la otra.

Cuando Steve Jobs presentó el iPhone, no pocos fabricantes de telefonía celular se partieron literalmente la caja, haciendo comentarios como:

“A donde va este fabricante de ordenadores”, “Estos no tienen ni idea de telefonía móvil”, “Jamás comprarán un teléfono sin teclas”, “Es un juguetito que nadie comprará”, “Tan bonito como tan inútil”.
No se trata en este momento de hacer sangre de todos los eruditos tecnológicos del sector de aquel momento. Sangre, tanto de fabricantes como operadores, que hoy muchos de ellos pueblan el cementerio de aquellas empresas que tanto fueron y a tanto llegaron, y ahora, simplemente, no existen. 

Unos por haberse enrocado en sus sistemas operativos, e infectados por el Virus Smigol (la querencia por su tesoro de Smigol en El Señor de los Anillos), que les nubló la visión y les impidió optar por algo más operativo y estándar, y otros por permanecer adheridos a viejos conceptos mecánicos sobre el uso de los interfaces de comunicación hombre-máquina. Sobre esto último podríamos decir que los mató el teclado. 

Sería interesante, como ejercicio didáctico, echar un ojo a nuestro entorno y ver cuantos Smartphonnes de hoy tienen un teclado.

Y que vamos a decir de la fatuosidad y la prepotencia tecnológica. 

Estar continuamente mirándose el ombligo y el efecto Campana de Gauss que se produce cuando todos son parabienes a los prebostes que lideran las compañías, consigue un efecto devastador, ya que la chulería y la desconexión jamás han sido útiles para progresar en el ámbito empresarial, pero tampoco en el personal.

Poco se habla también del menosprecio patológico que es inherente a las empresas que ostentan el liderazgo. Este menosprecio les hace minusvalorar a los competidores, que según sus criterios, todavía no se han ganado el respeto absolutamente necesario para obtener su atención.

Quizá fueran los competidores de Jobs y no Alan Turing, los que mordieron la manzana que les hizo pasar a criar las malvas del fracaso, según reza la leyenda.

En memoria de los caídos en el campo de batalla del desarrollo tecnológico y de la competitividad, que no supieron adaptarse a los cambios que se avecinaron, y que finaron a manos de seres extraordinarios como Steve Jobs. Seres que supieron leer las necesidades de las personas, y fueron capaces de aplicar la ciencia y la tecnología para mayor gloria del ser humano.

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