Opinión

Deporte y zarandajas políticas

La política hace tiempo que dejó de sostenerse en el peso de la razón para pasar a apoyarse en el mensaje, en los públicos y en la búsqueda de la satisfacción de estos. Esto podemos verlo en lo que está sucediendo con la candidatura de Pirineos Barcelona para los Juegos Olímpicos de invierno 2030, donde resulta curioso cómo llegan a interpretarse los hechos. 

La fuerte atención que la Generalitat recibe del ejecutivo central, producto de las matemáticas parlamentarias, hace que Pere Aragonès no se comporte con Aragón (su compañera de candidatura), como un socio amigable y colaborador, dispuesto al entendimiento y al acuerdo. Por contra, se expresa permanente en clave de desafío, como si estos y el Comité Olímpico Español, molestaran y tuviese que prescindir de ellos.  

Este proyecto ofrece perspectivas muy favorables para revitalizar al Pirineo oriental y dotar de nuevas oportunidades a comarcas en crisis y en peligro de vaciamiento. Impulsa el desarrollo de los deportes de invierno y de algún modo incluso revive la memoria de los muy exitosos Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

Uno de los eslóganes de la candidatura afirma que serían «los primeros Juegos de Invierno mediterráneos de la historia». De alguna manera se quiere crear un marketing que, además de a los Pirineos, incorpore la marca Barcelona. Se defiende que, si la capital catalana redescubrió el mar en 1992, ahora habría llegado el momento de abrirse a la montaña. Nada hay tan morboso como asistir al proceso de redefinición del significado de un significante vacío: Juegos de Invierno Mediterráneos. 

Las exigencias de consultas populares, las reticencias de Esquerra, la oposición de la CUP, el maximalismo medioambiental de los comunes, y declaraciones como las de la presidenta de la Assemblea Nacional Catalana que critican los Juegos, por sus ‘elementos de españolización’, podrían bloquear la materialización de la candidatura.

En paralelo, por tercer año consecutivo, la Fundación Princesa de Girona renuncia a entregar sus premios en esa ciudad, con el pretexto de que no hay un espacio adecuado, a pesar de que, desde su fundación en 2009, se hizo allí sin problemas hasta la crecida separatista. Se cambia Gerona por Barcelona porque la capital gerundense es la meca del separatismo y se temen protestas, o simplemente molestar a los independentistas. Inadmisible que los Reyes y la Princesa de Asturias (también Princesa de Gerona), no pueden acudir a una ciudad española. 

Aragón y Cataluña se merecen unos buenos juegos de invierno que, más allá de las dos semanas que duren, pongan al Pirineo en el mapa de los grandes espacios invernales del planeta. Tendría que ser un proyecto ilusionante con altura de miras y visión de futuro, sin olvidar que no es igual perder una oportunidad que dejarla escapar. Asimismo, España tiene que superar de una vez por todas los reduccionismos excluyentes de los nacionalismos. Pensar que lo español molesta en una región de España responde a una visión acomplejada, retrógrada y de soniquete xenófobo. Además, una y otra vez se ha probado que cuando se desafía el tópico, la acogida de Cataluña es fabulosa.

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