Opinión

Dejémonos de experimentos municipales

EN ESTOS días de mayo vivimos momentos de agitación política que en cierto modo vienen a animar la monotonía habitual. Próximamente elegiremos a los que nos representarán en los ayuntamientos, pero sobre todo lo que está en juego y se va a dirimir, es el modelo de ciudad que queremos. Esta es la pregunta que habría que plantearse y responder cada día, porque aumentar el bienestar de los vecinos ha de ser una responsabilidad colectiva, y todos deberíamos ser corresponsables del presente y futuro del lugar en el que vivimos, asumiendo juntos el reto de construir grandes ciudades para ser felices.

La tensión electoral es patente y se percibe en el ambiente, lo que hace que resulte fácil escuchar sólo las voces de los que conciben el diálogo desde la estridencia y el griterío, y que a menudo son los mismos que desaprovechan la confianza de los ciudadanos, con mala gestión, dedicándose más a poner palos en las ruedas o a destruir los logros de gobiernos anteriores, que a buscar soluciones a los problemas reales.

Frente a estas actitudes frentistas y exaltadas, ha de contraponerse la sensatez, ya que cualquiera que no esté cegado por el fanatismo, estará de acuerdo en que más que ideologías radicales lo que verdaderamente necesitan los ciudadanos son inversiones que generen empleo, recursos que garanticen el bienestar social, un urbanismo pensado para el disfrute de las personas, consenso para los grandes proyectos, cultura y deporte para todos y garantías de igualdad, con libertades y derechos.

Queremos y merecemos ciudades mejores, donde podamos salir a la calle sin miedo, desplazarnos al trabajo o al colegio con seguridad, disponer de oportunidades para vivir mejor y ser felices al lado de los nuestros, y donde a nadie se le abandone en la calle con la excusa de respetar su libertad de elección.     

Uno quisiera vivir en una ciudad socialmente equitativa, que haga buen uso de los impuestos, que combine la defensa y conservación de su patrimonio con el diseño de hogares, con espacios para la movilización peatonal, escenarios para el esparcimiento, zonas verdes para la gestión ambiental, y servicios públicos eficaces y de calidad.

Lo ideal es no tener que sufrir a un “alcalde marca” (de esto algunos sabemos mucho), y tener una administración en la que los ciudadanos puedan exigir cuentas sobre los asuntos públicos, teniendo como punto de partida indicadores técnicos y no discursos efectistas y populistas.

Para construir un buen modelo de ciudad, previamente es necesario saber en qué situación estamos y entender, como en el caso de mi ciudad, qué lo que falla tal vez sean las personas que nos gobiernan. No podemos repetir la historia y dejar la gestión municipal en manos de los mismos que nos han traído desorden y caos, por lo que será necesario apostar decididamente por proyectos políticos coherentes que entiendan el tamaño del problema con que nos enfrentamos y puedan aportar soluciones realistas.

El próximo 26 de mayo tendremos la oportunidad de elegir a los más competentes para orientar nuestros sueños, recuperar y construir la ciudad que todos imaginamos y queremos, partiendo de las premisas de buen gobierno y respeto al ciudadano. Si en muchos lugares han logrado que sus ciudades sean verdaderos espacios de convivencia y de buen vivir, ¿Por qué no lo intentamos nosotros?

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