Opinión

Cuanto menos saben más creen saber

Era el 19 de abril de 1995, un hombre de mediana edad llamado McArthur Wheeler atracó dos bancos en Pittsburgh a plena luz del día, sin protección ni máscara alguna, dejando que las cámaras de seguridad le grabasen. Al ser detenido, dijo incrédulo: "¡Pero si me puse el zumo!".

Cualquiera recuerda de su niñez que el zumo de limón se usaba para hacer tinta invisible y escribir notas secretas, y pensando probablemente en esto, el señor Wheeler creyó que embadurnarse la cara con este jugo impediría que las cámaras recogiesen sus rasgos. Su historia llamó la atención de los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, y les sirvió para definir el efecto que lleva su nombre y que se resume en: cuanto menos sabemos, más creemos saber. Así, las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimarse, y viceversa, los más capaces y competentes por el contrario se infravaloran.

Las víctimas de este efecto no se limitan a dar una opinión, sino que intentan imponer sus ideas como verdades absolutas, haciendo pasar a los demás por incompetentes. Resultan engreídos, arrogantes, inmunes a la crítica, hipertrofiados en su confianza, obsesionados por el prestigio y el poder, y sordos y ciegos de narcisismo. Pero, tal vez el peor de sus efectos es la insistencia en la toma de decisiones erróneas. "La ignorancia engendra más confianza que el conocimiento", decía Charles Darwin. La historia está repleta de este tipo de errores épicos, como el de la emblemática Torre de Pisa, que empezó a inclinarse antes de que se terminase su construcción; o la decisión del Gobierno francés de gastar miles de millones en trenes nuevos, para descubrir después que eran demasiado anchos para unos 1.300 andenes de estación.

Si analizamos la situación actual española alejados de nuestras tripas y el agotamiento de tener que aguantar esta situación difícil, podremos observar el efecto Dunning-Kruger en numerosas situaciones de la vida real, y basta con encender la TV para poner en duda la competencia de algunos políticos, empresarios, intelectuales, tertulianos o presentadores. 

Muchos de estos personajes, con escasa habilidad y conocimientos, tienen sentimientos de superioridad y se consideran más inteligentes y preparados que el resto. ¿No les suena de algo? También la nueva casta de dirigentes que nos gobierna ha hecho triunfar a vendedores de humo, sin valores, sentido común, patriotismo ni formación. Se forjan en las cocinas de los partidos, desde donde trepan hasta alcanzar el objetivo de ser altos cargos, sin tener más mérito para ello que la fidelidad a las siglas y el seguidismo del que manda. Cualquiera vale y así nos va. Les falta de todo, pero les sobra cara dura, ambición y arrogancia. 

Nuestra sociedad precisa de verdaderos líderes que busquen respuestas para hacer el bien común y decididos a asumir cambios profundos

Bertrand Russell con su habitual acidez sentenciaba: "Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas".

Nuestra sociedad precisa de verdaderos líderes, comprometidos, con códigos éticos, capacidad para escuchar activamente, autocrítica, valores, que busquen respuestas para hacer el bien común y decididos a asumir cambios profundos desde la generosidad y la integridad. El buen ejemplo es contagioso y en estos tiempos estos son los contagios que necesitamos.

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