Opinión

Felipe de Edimburgo

Es pasmoso lo que dura esta gente, pues la reina Isabel bate toods los récords de permanencia en el trono

APROVECHANDO que es martes y 13, una fecha apropiadísima para el asunto, pensaba escribir sobre el lamentable y monumental pifostio que se ha montado y se está montando con las vacunas del covid-19. Pero como se ha muerto el marido de la reina de Inglaterra, sin duda la reina por antonomasia, prefiero cambiar de tercio y dedicarle a ambos, la reina y el príncipe, este pequeño homenaje. ¿Por qué? Por lo que voy a explicar en los dos párrafos siguientes, sacados de Paseos ingleses, un capítulo de Paisajes del recuerdo, capítulo que, por cierto, encantaba a mi añorado amigo Carlos Casanova, que tuvo la generosidad de hacerme un magnífico prólogo para el libro.

"Una de mis primeras frustraciones fue la de no haber nacido en Inglaterra. Con muy pocos años ya lo lamentaba. Pero no ser un inglés cualquiera. Quería ser, por este orden: una indomable ancianita rodeada siempre de perros y de gatos; si no, un gentleman a la imperturbable e irónica manera de Phileas Fogg (es decir, de David Niven); y, en tercer lugar, un bigotudo coronel que, habiendo servido en la India, vivía retirado en cualquier lugar de la increíblemente verde campiña. Ni futbolista, ni aviador, ni vulgaridades por el estilo. Nada. Solo deseaba encarnarme en una de esas tópicas figuras de la Inglaterra más literaria.

Porque la raíz libresca de mis infantiles preferencias está clara. Guillermo Brown me había puesto en contacto con la apacible (no tanto cuando él y sus Proscritos intervenían) vida de un pueblecito muy, muy británico. Agatha Christie y Miss Marple me quitaban el aliento con los asesinatos de una vicaría que solo podía ser inglesa. Kipling cantaba las glorias del imperio. Kenneth Anderson relataba cómo se deshacía de sanguinarios tigres devoradores de hombres sin quitarse la pipa de los labios. Y Sherlock Holmes desenmascaraba a los más neblinosos criminales a base de impecables deducciones, de tocar el violín y de morfina. No cabía duda: para vivir con plenitud había que ser inglés".

Es evidente, pues, que un anglófilo como yo tenía que ser, además, devoto de los Windsor. De Isabel, de Felipe y de Carlos. Esos tres me caen bien, los otros me son más indiferentes y me caía mal Diana, la pobre. A este seguimiento atento de mi atención ha colaborado últimamente la visión de The Crown, tan impecable como todas las series inglesas, pese a que noto cierto decaimiento según avanzan las temporadas. Entonces, ¿cómo no dedicar unas líneas a la figura del duque de Edimburgo, ahora que acaba de morir a la avanzadísima edad de 99 años? Es pasmoso lo que dura esta gente, pues la reina Isabel bate todos los récords de permanencia en el trono y el príncipe de Gales supongo que los de espera por llegar al mismo.

En su honor y memoria, alteza

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