Opinión

Por los Ancares y el Courel sin salir de casa

El sedentario viaje que voy haciendo al pasar las páginas de estos libros es un viaje en el tiempo

LAS CIRCUNSTANCIAS mandan, en este caso las que ha impuesto el covid-19 en nuestras vidas, limitándolas y desanimándolas. Y, llevado por la nostalgia de mis montañas, de las que hice mías a base de recorrerlas y volverlas a recorrer durante décadas, de arriba abajo y de abajo arriba, sin dejar una aldea por visitar, un monte sin subir, un bosque sin explorar. Llevado, decía, por la nostalgia de los Ancares y del Courel (o Caurel, si lo prefieren) recuperé de la biblioteca mis libros sobre ellas y me puse a leerlos, a releerlos. Y, todas las excursiones, todos los paseos, todas las caminatas, todas las observaciones volvieron a mí, sentado en un sillón. Solo por esto, solo para esto hubiera valido la pena escribirlos. Aunque de pena, nada, me lo pasé genial. ¡Tiempos aquellos!

Porque el sedentario viaje geográfico que voy haciendo al pasar las páginas de estos libros es también un viaje en el tiempo, ya que ‘Un ano nos Ancares’ lo llevé a cabo en mil novecientos noventa y dos y ‘Un ano no Courel’ en mil novecientos noventa y cuatro, hace más de un cuarto de siglo. De este modo, su lectura no solo me hace recuperar geografías, sino que también se convierte en una busca del tiempo perdido (va por ti, Proust), de mi tiempo pasado. ¡Y tan pasado! Subía, bajaba, hacía un frío de carajo o un calor de ídem y yo tan pancho, nada me impedía culminar los planes previstos. Un detalle que ahora me llama mucho la atención es que, salvo cuando me acompañaba Irene, la mayoría de los itinerarios los hice solo, por caminos imposibles, por senderos desconocidos. De teléfono móvil, nada. Si me pasase algo, allí me quedaría, pero entonces ni se me ocurría tal posibilidad. Y nunca tuve ni el más mínimo percance, quizá por eso, porque ni se me ocurría que pudiera tenerlo.

Vuelvo a subir al Cuíña y al Pía Paxaro, atravieso el avesedo de Donís y la devesa de Rogueira. Vuelvo a comer y a charlar en el mesón Campa da Braña y en el hotel Piornedo, en la casa Pombo y en casa Constantino. Vuelvo a detener mis pasos para echar una parrafada con ese hombre de Pando, esta mujer de Mercurín que se llama Mari Carmen o aquellas mozas de Visuña. Vuelvo a gozar de los vuelos de las aves rapaces o de las mariposas, el canto de los pájaros, un rebullir de insectos, la culebra que se arrastra, un lagarto casi tan grande como un conejo. Y repaso las flores, todas las flores que fui encontrando, que no me olvidé de casi ninguna. ¡Cuántas cosas vividas y escritas! ¡Y qué buenas cosas!

Paisajes del recuerdo es el título de mi tercer libro de viajes. En él dejé escrito: "En los recuerdos está el verdadero sentido del viaje. ¿Qué sería de ellos sin la memoria? En las monótonas veladas hogareñas, en tardes grises e idénticas las unas a las otras, los paisajes vividos se despliegan en el corazón". Y así ahora, sin salir de casa, los paisajes de los Ancares y del Courel.

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