Opinión

Un rey en Jarretera

Quinto aniversario de Felipe VI en el trono. Cum laude británico y respaldo de expresidentes

El rey Felipe VI, tras ser investido nuevo caballero de la Orden de la Jarretera. EFE
photo_camera El rey Felipe VI, tras ser investido nuevo caballero de la Orden de la Jarretera. EFE

Felipe VI ha cumplido esta semana cinco años como rey de una España compleja instalada en el golpismo sostenido separatista y el republicanismo izquierdista que ha brotado de la fragmentación de la democracia representativa. Desde la corriente dominante de la moción de censura se hace el juego a quienes queman banderas y faltan al respeto institucional de la Corona incumpliendo sistemáticamente la Constitución. Por necesidad de poder se da aire y bola a los que plantean la liquidación del mal llamado ‘régimen del 78’ sobre el que se ha construido el edificio de la España actual. Y se ha emprendido un peligroso número equilibrista en el alambre del trapecio circense que tiene muchas posibilidades de terminar en accidente, puesto que el separatismo rancio que no respeta la legalidad ni las reglas del juego jamás va a renunciar a sus pretensiones de la república independiente de Ikea. 

La sociedad tiene a veces la sensación de que la política española ha perdido el norte por pura conveniencia de poder, ya que el espectáculo de los pactos y la admisión de votos contra natura de proetarras y golpistas por parte de un sector del constitucionalismo español ponen en peligro la propia solvencia de nuestro Estado de Derecho. Ya hemos visto el vergonzante comportamiento progubernamental de la Abogacía del Estado en el juicio del procés. Y ya vemos que son frecuentes los guiños y concesiones en esa ouija rupturista que asola España por puro tacticismo electoralista (Cataluña y Navarra) y revanchismo histórico de dudosa memoria objetiva. Falta lo que vulgarmente se conoce como altura de miras y vocación de reconciliación y concordia, porque ciertos políticos recién llegados y desagradecidos olvidan la obra de la Transición y la Democracia en España cuestionando el enorme servicio de la monarquía para superar la dictadura franquista. Esa ligereza con la que se incorpora el rencor a la hora de reescribir la Historia y ejercer la política española nos convierte en rehenes del sectarismo guerracivilista y nos impide ver la verdad al final del bosque. Ciertamente estamos en un momento de riesgo que hay que superar con la grandeza del interés general y del servicio público. E insisto: España nunca podrá vencer los miedos y los fantasmas del pasado hasta que consume una coalición de futuro entre los dos grandes partidos que blinden la unidad territorial y la igualdad entre españoles. 

El estado de las autonomías ha derivado en un mercantilismo tan centralista como regionalista del que tienen la culpa PSOE y PP. Por eso antes de aventurarse en inciertas reformas constitucionales, proyectos federalistas y más concesiones estatutarias y competenciales, hay que recuperar la idea nacional como único camino para hacer frente al desafío ilegal separatista. Ni Sánchez ni nadie con dos dedos de frente pueden incurrir en el error histórico de convertirse en rehén del separatismo por pura necesidad de proyecto personal y presidencial. Debemos ser prácticos y obrar con inteligencia colectiva para preservar las virtudes y libertades de un país único aspirante legítimo al bienestar general pese a una parte negligente de nuestra clase política. 

Quizás debiéramos cerrar filas con el sistema y mostrar menos grietas en la arquitectura de la España política. Las goteras siempre terminan calando donde se desprotege la cobertura democrática y legal, de modo que los partidos han de ser responsables blindando las instituciones del asalto bucanero. Del rey a abajo, la Corona es la primera institución que sostiene el armazón de la Democracia. 

La Monarquía está sometida al imperio de la Ley como se ha demostrado con el juicio del caso Noos. Nadie está por encima de la legalidad, y menos quienes anteponen el supuesto mandato de las urnas al cumplimiento de la Constitución, como es el caso del desafío independentista. En España hay afortunadamente separación de poderes, y nuestro Estado de Derecho es garantista por exceso más que por defecto. En consecuencia, anteponer la política a la Ley y supeditar el ejecutivo y legislativo al poder judicial significa hacer trampa y jugar con las cartas marcadas la partida de la Democracia. En efecto primero es la Ley, y una vez estemos todos en paz con la igualdad legal se podrá hacer política, pero siempre dentro del marco constitucional. De lo contrario esto sería una anarquía ingobernable que nos haría distintos, diferentes y desiguales como ciudadanos y como españoles. 

Felipe VI ha completado cinco años de dificultad para la Corona al heredar una España dividida y enfrentada con difícil encaje del separatismo desleal. El monarca ha tenido que acometer la renovación de la institución y la implantación de la transparencia y las buenas maneras a costa del desencuentro familiar. El sacrifico del Rey ha sido ejemplar, como lo fue en su momento el de su padre, puesto que Juan Carlos I optó por las libertades de una España abierta al mundo. 

Así lo ha reconocido la reina de Inglaterra al concederle la orden de la Jarretera, máxima distinción británica. Y así lo certifica la simbólica foto de Felipe VI con los cuatro expresidentes de la Democracia.

Valls el soberbio

Manuel Valls es en las distancias cortas lo que parece en el ejercicio de lo público: un tipo agrio y engreído, instalado en esa soberbia chovinista tan francesa y a la vez tan ofensiva. El ex primer ministro que hundió el socialismo francés y rechazó Macron, se ha venido a Cataluña por razones sentimentales para no ser profeta en su tierra. Valls se está quedando solo por su tendencia a dar lecciones a los españoles pues tiene muy interiorizada su frustración con la ultraderecha gala de Le Pen. Pero esta izquierda tan reaccionaria siempre encuentra justificación a la extrema izquierda mientras criminaliza a Vox o Le Pen pese a que han concurrido a unas elecciones democráticas que les otorga representación del pueblo tan legítima como la de Podemos o los golpistas del separatismo ilegal. O los dos polos son extremos o ninguno. Ciudadanos ha acertado dándole el boleto a Valls, que muestra claros síntomas de alarmante ignorancia. Apoyó, como el PSC, a una alcaldesa podemita que lo primero que ha hecho ha sido colgar el lazo amarillo en el ayuntamiento de Barcelona.

Hipótesis de nuevas elecciones

¿Debemos descartar la repetición de elecciones generales? La pregunta se las trae, pero la respuesta es incierta. Y si no se repiten por imposibilidad de investidura de Sánchez, habrá convocatoria ya superada la mitad de la Legislatura. ¿Por qué? Porque España es ingobernable en la fragilidad fragmentada. Porque habrá adelanto electoral en Cataluña al rebufo de las sentencias del juicio del procés. Porque conoceremos también la sentencia de los Ere. Y porque el PSOE sólo puede subir y Podemos bajar. Dice Tezanos, gurú de la demoscopia socialista, que de repetir elecciones habría voto de castigo. Se refiere a la ambición del Gobierno de cooperación/coalición de Iglesias y a la presión sobre Ciudadanos para que apoye la investidura de Sánchez, y así dejarle liberado del secuestro del separatismo catalán y los proetarras demostrado en Navarra. Sin embargo tampoco se puede descartar que, a la vista de los pactos, el PP y las derechas pudieran sumar una vez aprendida la lección del votante tras experimentar que la unión hace la fuerza y la división debilita.

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