Opinión

Deprisa, deprisa

VIVIR DEPRISA, deprisa, como decía el título de la película de Saura, puede ocasionar una muerte prematura. José Antonio Reyes, que era un futbolista de ingenio con talento y chisposa improvisación, se ha ido de forma temprana, horas antes de la final de la Champions. Impresionaba ver el Wanda Metropolitano guardando un minuto de silencio en una final inglesa y europea, ajena al espíritu del Brexit y a la leña que Trump arrojó al fuego. Reyes estaba allí, asistiendo ausente al gran acontecimiento, en forma de luto y duelo. En la grada no se movía un sonido, y en la fatalidad de la desgracia hablaba un estadio enmudecido y afligido. El que fuera reconocido portero de fútbol Santi Cañizares hizo tronar su twitter al decir que "Reyes no merece un homenaje como si fuera un héroe". Basaba Cañizares su argumento, con Reyes todavía de cuerpo presente, en los 237 kilómetros por hora a los que circulaba el coche accidentado cuando sufrió el reventón maldito de una rueda. Pero ese riesgo innecesario, que al final se ha pagado con vidas humanas, no puede empañar la figura de un futbolista sobresaliente, que era querido en Sevilla y en el mundo del fútbol, y que deja hijos y demás familia huérfanos de toda lógica y razón.

Vivir peligrosamente la conducción de un coche acarrea riesgos en la propia negligencia. Son la vida y la muerte, que se cruzan en el camino de la desgracia. Cuando algo así sucede, el respeto es la solución del acierto. Respeto por la pérdida, y respeto por el propio desenlace de la tragedia. Reyes y otros muchos seres anónimos ya han pagado con su vida el exceso de velocidad o el propio fallo humano y mecánico. El dolor que deja a los suyos y a los aficionados es suficiente precio por una vida truncada en plena juventud y plenitud.

Uno nunca sabe dónde está la delgada línea que separa la vida de la muerte. Es cierto que hay más exposición cuando se anda deprisa, deprisa o se coquetea con el riesgo. Cecilia, Nino Bravo, Juanito y otros muchos famosos perdieron la vida en accidentes de tráfico. Pero a veces, la desdicha del infortunio no es directamente proporcional al despiste o la velocidad. Es verdad que tiene más posibilidades de morir un torero en la plaza que un futbolista en el campo. Y sin embargo, a Antonio Puerta o Jarque se los llevó la muerte en lo que dura una internada por la banda.

Reyes yacía en el tanatorio para convertirse en leyenda del fútbol víctima de un trágico final

El torero Antonio Ferrera estuvo a punto de morir recientemente en el Guadiana. Dicen que por engaño de la depresión. Pero semanas después ha emocionado en San Isidro con una faena de esas en las que el matador levita con un toreo espiritual y puro arriesgando su vida sin importarle morir. Son los viajes de ida y vuelta, deprisa, deprisa, de la vida hacia la muerte y viceversa. Ferrera regresó de la hipotermia del río Guadiana y de la depresión para triunfar en Las Ventas y tocar el cielo. Y a la misma hora, Reyes yacía en el tanatorio para convertirse en leyenda del fútbol víctima de un trágico final. Deprisa, deprisa, la vida y la muerte vienen y van por la carretera del destino.