Opinión

Dos reyes, una torre y un alfil

Juan Carlos I, a su salida de la casa de Pedro Campos. LAVANDEIRA JR
photo_camera Juan Carlos I, a su salida de la casa de Pedro Campos. LAVANDEIRA JR

Es compresible la reserva distante y discreta con la que la Casa Real ha acogido la visita del emérito a Sanxenxo y la Zarzuela. Felipe VI, rey vigente, protege la Monarquía de los detractores republicanos que buscan el debilitamiento y derribo de la Corona con los ataques permanentes consentidos por la Moncloa. Pero lo que no parece comprensible es esa actitud oficial y sumisa de la Casa del Rey a sabiendas de que el objetivo premeditado es el desgaste de la primera institución del Estado con la voluntad de liquidar el actual sistema constitucional que rige nuestra monarquía parlamentaria. El rey Felipe ha demostrado un gran sacrificio familiar, personal e institucional para protegerse de la campaña orquestada por la izquierda política y mediática contra la Corona, independientemente de los errores cometidos por Juan Carlos I por los que ya ha pedido perdón, ha dado explicaciones y ha sido investigado por Hacienda y la justicia. Son otros los que no explican ni piden perdón por los indultos o los pactos con golpistas y proetarras. Zarzuela ha asumido con disciplina voluntariosa pero inútil el mandato de la torre monclovita en la esperanza de frenar ese ataque desleal antisistema que el propio alfil permite con una asombrosa, dolosa y frívola despreocupación hasta llegar al insulto desde el seno del Gobierno sin sentencia ni imputación del propio Rey emérito.

La Monarquía española del siglo XXI está atrapada, pues, entre el apoyo popular que da la aprobación de la sociedad a la Jefatura del Estado y esa legítima aspiración republicana que no duda en "jugar sucio con palabras faltonas de polarización demagógica" que no se corresponden con la situación jurídica legal del emérito ni con la transparencia y austeridad de Felipe VI. El uso que se hace de todo ello, el doble rasero que se utiliza para criminalizar la Corona no es equiparable al que los mismos críticos hacen de la excarcelación de etarras y golpistas condenados firmemente que dan respaldo parlamentario y societario al sostenimiento de Sánchez en la torre inmaculada de la Moncloa. La corrupción supuesta o probada de los demás es un comodín que el actual poder utiliza como arma arrojadiza más allá de los propios tribunales donde ha sido o está siendo juzgada. Pero la corrupción propia no se mide con la misma exigencia moral y ética, desde los Ere a los pactos secretos con los herederos políticos de Eta, el comunismo populista antisistema y el separatismo ilegal condenado por el Supremo e indultado por Sánchez para garantizar su mayoría. Todo eso está convirtiéndose en un lastre para el sanchismo y sus socios, y en un impulso popular y demoscópico a la alternativa de Feijóo quien, con simple sentido común, está siendo aupado a opción con todas las papeletas para ser el próximo alfil que ocupe la torre de la Moncloa en nuestra monarquía con dos reyes. Los liderazgos se miden en términos de unidad y respaldo social tanto en las urnas como fuera de ellas. El Rey emérito se ha dado un baño de masas pese a sus renuncios, pero hay políticos que ahora mismo no pueden pisar la calle porque generan rechazo.

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