Opinión

La monarquía western

Película de una semana negra para la monarquía. Acecho del Estado contra el Estado
Pedro Sánchez, este viernes en Bruselas. EFE
photo_camera Pedro Sánchez.ARCHIVO

COMO DEJÓ rodado para la historia del western Sergio Leone, siempre hay un bueno, un feo y un malo. La política española se parece cada vez más a ese oeste violento donde primero se dispara y después se pregunta por el muerto. Es un nuevo género naciente: la monarquía western. Pero la sociedad española no puede recaer en el engaño masivo de la propaganda cinematográfica ya sea spaghetti o goebbeliana, tal y como ha ocurrido con el coronavirus, con el doble rasero de la corrupción, con la crisis de finales de 2008 y con la crisis-rescate de ahora. En los noticiarios afectos al cambio de régimen repetían sin parar que se desconocía el paradero del Rey emérito, como si fuera un delincuente cualquiera a lo Puigdemont dando bulo a la teoría podemita de la huida por patas de España. O como si estuviéramos ante el Pujol del 3 por ciento que permanece en Cataluña, es decir, en España, mientras el separatismo condenado desprecia la igualdad entre españoles y se pasa la Constitución por los bajos de sus posaderas abusivas con la democracia. Eso nos lleva de nuevo a la inaceptable trampa del reparto de papeles, cuando ni Pedro Sánchez es el bueno ni Pablo Iglesias el malo malísimo. En realidad ambos comparten el mismo objetivo: derribar la Corona para implantar su república, lo que en si mismo constituye una finalidad conjunta de la coalición socialcomunista por mucho que Pedro I defienda con la boca chica la monarquía constitucional. La prueba es que Sánchez evita desautorizar a su vicepresidente populista dándose cobertura progre antimonárquica, pues el acoso a la Corona está pactado, es consentido por la coalición marital y forma parte de su hoja de ruta para perpetuarse en el poder aunque Sánchez llame a la militancia a defender frente a la derecha el legado constitucional monárquico.

En la mente de Iván Redondo fluctúa la idea de que su Pedro sea el bueno y Pablo aparezca como el malo ante la sociedad española y la Casa Real. Falso. Es falso de toda falsedad, tan falso como el maquillaje de muertos por Covid. Los dos actúan con premeditación y alevosía ideológica consagrada al populismo activo hasta el punto de devaluar la ética política para convertirla en baratija de saldo. La precariedad de la fragmentación y la aritmética de mayorías mantiene a Sánchez atrapado con gusto en la tela de araña de Iglesias, porque en el fondo el líder socialista es un republicano convencido en la intimidad que salió del armario para pactar con rupturistas, comunistas y proetarras sin reparar en la unidad de España ni en el peligro que hace correr a la Corona con tal de seguir durmiendo en el colchón presidencial. Lo que está ocurriendo en España es de una gravedad extrema, de políticas radicales que ponen en peligro la estabilidad y la propia unidad de la nación. No solo se ha utilizado sin escrúpulos la prolongación política del estado de alarma, se han perseguido la crítica y la prensa, se ha abusado del decreto-ley con fines partidistas en pleno luto y se ha mentido a destajo, sino que se consintieron caceroladas contra la monarquía durante la pandemia y se permite ahora una auténtica cacería nada menos que contra la Jefatura del Estado pasada y presente desde el propio Estado sin esperar al pronunciamiento de los tribunales ni respetar la presunción de inocencia. Redondo hace todo lo posible no solo para que Iglesias sea el malo malvado, sino para que también le veamos como el feo. El problema es que tanto Sánchez como su vicepresidente se creen más guapos y bonitos que un San Luis, pese a que toda su obra política carece de la belleza sincera nacida de manantial natural y cristalino. Todo es pose, todo es márketing, todo propaganda de prime time para consumo electoral de militantes.

Que el Rey emérito ha cometido errores que los jueces sustanciarán debidamente es un hecho incontestable que el propio Juan Carlos I ha reconocido. De hecho, la propia institución lava sus culpas en conciencia cuando Juan Carlos abdica y Felipe VI rey se distancia de su familia con los casos Urdangarín y Corinna. Primero dejando sin representación a su propia hermana Cristina, después haciendo un ejercicio de transparencia y retirando la asignación a su padre, más tarde renunciando a su herencia y ahora facilitando el exilio de su propio padre por exigencia del guión republicano echándole de casa sin que haya una sentencia ni se tenga en cuenta su servicio a España. Un servicio que si bien no representa inmunidad debe colocarse en la balanza del juicio final al facilitar Juan Carlos la transición a la democracia y enterrar la dictadura hasta que Sánchez e Iglesias desenterraron a Franco. No hay mayor injusticia que la traición a la verdad. Y en estos tiempos de pérdida de valores y principios lo importante es mantener firme el timón constitucional frente a las amenazas de tormenta y las imposiciones ideológicas al destino colectivo de la nación. La justicia, seas rey o lacayo, llega por si sola en democracia sin ayuda de trampas al solitario. Felipe VI debiera verlo, porque queda cautivo, desarmado y solo ante el bueno, el feo y el malo. Monaquía western.

La pasividad constitucional

LA OPOSICIÓN no puede quedarse inerte, quieta, pasiva... ante la ofensiva gubernamental contra nuestro sistema constitucional representado por la monarquía parlamentaria. Mientras Sánchez e Iglesias juegan a poli bueno y poli malo, hay una operación en marcha que debe ir más allá de que PP y Vox lleven al PSOE a rechazar la descabellada petición podemita para que nada menos que Felipe VI explique en el Congreso la marcha de su padre al extranjero. Es intolerable que una formación que ostenta la vicepresidencia del Gobierno y varios ministerios sea consentida de esta manera por el PSOE de Sánchez en el acoso a la Jefatura del Estado con clara intención de derribo. Y lo es porque en el fondo se adivina una coincidencia en las convicciones ideológicas de los socios de coalición que no es otra que su común alma republicana. Que Sánchez escriba a los militantes para justificarse en su obediencia constitucional en defensa de la monarquía demuestra a las claras que está haciendo un doble juego al forzar desde Moncloa la salida del emérito tras permitir caceroladas y los ataques reiterados de Iglesias.

¿Dónde vas... Juan Carlos I?

AUNQUE TODOS supimos que Alfonso XIII se fue al exilio, el romancero popular preguntó casi un siglo antes: "Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti…". Su reinado terminó con la Primera República y el de Alfonso XIII con la implantación de la Segunda República el 14 de abril de 1931. Lo que vino luego, la Guerra Civil y la dictadura de Franco, aún duele hoy en lo más profundo de las dos Españas. Pero no hace falta ser muy avispado para comprender que siendo tan cíclica y repetitiva la Historia, lo que ahora acontece en España tiene un guión de nostalgia republicana escrito con mucha ambición de poder que pone en riesgo el actual sistema español. Tras la marcha de Zarzuela del Rey emérito, Felipe VI queda desprotegido en la soledad de palacio a expensas de la codicia política. Y aunque históricamente los dos grandes partidos de alternancia, PP y PSOE, son constitucionalistas y defienden la Corona, el socialismo sanchista gobierna con todos los que abogan por la abolición de la Monarquía. He ahí el problema…

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