Opinión

Greta, Pedro y España

Navegación climática de una España a la deriva. El catamarán surca el mar embravecido por la tormenta
Greta Thunberg, embarcada en su travesía hacia Madrid. EFE
photo_camera Greta Thunberg, embarcada en su travesía hacia España. EFE

UN PAÍS CON tantos problemas, incluido el cambio climático, no puede estar pendiente de la travesía de la niña del exorcismo contra el calentamiento global. Greta Thunberg, que cuenta con todo mi respeto no negacionista, no puede ni debe determinar la preocupación mediática y política de España con los separatistas condenados emitiendo gases de ilegalidad, el paro subiendo como el efecto invernadero, los proetarras de Bildu conspirando con el atmosférico PNV una capa de ozono en versión vasca del independentismo catalán y el comunismo más chavista acechando desde el agujero negro la gobernación de España con postulados que hace nada quitaban el sueño a Sánchez y nos mantenían a todos en el insomnio incrédulo de la preocupación patriótica.

Greta, que tiene nombre de actriz e interpreta a las mil maravillas su papel de niña prodigio de la cumbre del clima, ha cruzado el océano como Cristóbal Colón para descubrirnos la verdad verdadera y guiarnos por el camino único y estelar trazado por Pedro Sánchez en su actuación como Jefe de Estado, representación usurpadora y salvadora del universo negligente y descarriado.

Según los mentideros de las redes, de la dualidad Greta Sánchez/Pedro Thunberg ha resultado la cumbre chilena de Ifema para gloria de la madre patria que paga el festín. En la Casa Real visten con smoking de discreción el cabreo de Zarzuela por esa apropiación sanchista del papel de la Corona. Pero lo cierto es que todo el mundo ha visto con clara nitidez la sobreactuación ecologista de Sánchez que, tras usar coche eléctrico en el trayecto Moncloa-Feria de Madrid, volvió al Audi 8 contaminante de gases y malignas emisiones para asistir a la constitución de las Cortes o el homenaje a la Carta Magna y al avión para estar en la cumbre de la Otan.

Sin duda, todo un ejercicio de postureo ecologista, como el de la niña Greta desescolarizada que lleva una vida familiar de aparente austeridad por su oficio de pacifista verde, cuando en realidad su numeroso entorno vive en el lujo de la notoriedad medioambiental.

Hija de un actor y una cantante de ópera suecos, Greta ha sabido rentabilizar en la fama del activismo ecológico el síndrome de Asperger que padece. Se trata de un trastorno obsesivo compulsivo que deriva en mutismo selectivo lo cual, sin desearle mal alguno, explica sus regañinas a los políticos mostrándola como un niña poseída que lucha contra la fuerza demoniaca del cambio climático. Les digo de verdad que no sé qué será peor: si pasar un día junto a Donald Trump para poner el tuit más ingenioso e incendiario o leerle un cuento de buenas noches a Greta Thunberg tras una de esas broncas que acostumbra y arenga para agitar la conciencia de este mundo en declive climático.

Así que el catamarán de Greta Thunberg y su navegación desde el capitalismo nada decadente de América al viejo romanticismo de Europa han tenido más atención que la Pinta, la Niña y la Santa María de Colón. Su ruta ha sido convertida por el relato del ecologismo doctrinal en una vuelta al mundo más decisiva que la de Magallanes y Juan Sebastián Elcano.

Y su presencia en Madrid procedente de Lisboa, sin el burro talaverano, ha permitido que se hablara más de Sánchez y su investidura climática que de la sentencia de los Ere que el presidente en funciones borró de su disco duro 16 días con la misma eficacia y extravagancia con la que la Humanidad se fustiga y culpa del aumento de la temperatura en el planeta Tierra.

Greta y su garbo climático nos han colonizado con acento chileno en la semana en la que ha comenzado la XIV Legislatura, madre de todas las investiduras y batalla errática por la supuesta estabilidad de España. Estamos en el límite de lo tolerable, y vivimos el teatro de la globalización con el calor invernadero en el cuerpo y los miedos de la ruptura a flor de piel.

Desde la moción del cambio no climático Sánchez se sostiene con el espejismo de una ansiada y personalista gobernabilidad a toda costa y la anecdótica y estrambótica visita de la niña catamarán a una cumbre deslucida por las ausencias notables de los máximos dirigentes de EE.UU., China, Francia o Alemania, más preocupados por la Alianza Atlántica.

Si no fuera porque estamos ante un asunto de Estado, podemos bromear con la propuesta de Greta Thunberg como relatora del repentino conflicto político en esa mesa de nación a nación pretendida por el secesionismo desleal. Con eso quedaría asegurada la investidura de Sánchez para satisfacción de la izquierda socialista y comunista, del mismo modo que ha quedado acreditada la incapacidad de las derechas para pactar una mesa del Congreso con mayor representación de sus intereses, que son los de la mitad de los españoles.

Entre PSOE y Podemos han logrado 6 puestos por 2 del PP, 1 de Vox y cero de Cs. A Inés Arrimadas, reencarnada en la Greta Thunberg del centrismo, no la ha salvado su propuesta epistolar al más puro efectismo riverista de montar una reunión de última hora con PSOE y PP desde sus escasos 10 escaños. La gobernabilidad de España debe adaptarse a la nueva configuración parlamentaria y la realidad de una fragmentación muy peligrosa para la integridad territorial y la propia supervivencia de la democracia y la Constitución celebrada y conmemorada esta semana.