HASTA AHORA sabíamos que había una princesa del pueblo y una marquesa de Galapagar. La princesa del pueblo era Belén Esteban y la marquesa de Galapagar, previa crianza en Moratalaz y noviazgo en Vallecas, es Irene Montero. Pero desde que la ministra de Igualdad ha rebajado su feminismo ideológico único a la categoría de revista del corazón, debemos aceptar que ha nacido una nueva Isabel Preysler, sin duda la reina de la prensa rosa. Nuestra Irene Montero, señora de Iglesias y "miembra más jóvena" del Gobierno de España, ha posado para Diez Minutos y no para Time o Vogue, porque lo suyo es la farándula y no la élite del sorayismo. Irene ha pasado directamente de cajera agitadora del 8-M a ministra y del Consejo de Ministros a los ecos de sociedad, lo que viene a ser puro populismo rosa de inspiración indignada y conversión en progenie de linaje y estirpe. Todo contra viento y marea, pese a los escraches, el pasado Dina de su santo varón y la imputación de Podemos por financiación irregular.
La metamorfosis de Irene, igual que la de su vice-esposo, es el ejemplo probatorio de que el mínimo vital se puede rentabilizar, el escudo social existe y la casta se lleva dentro. Irene Montero no ha posado para El Mundo Obrero o el Pradva, sino que ha elegido la mercadotecnia de la subcultura popular típicamente española, amenazando directamente a la aristocracia del famoseo. La profesión que vive del famoseo está muy vinculada a la política, sobre todo en periodo electoral. En campaña los políticos/as de España empujan sus niveles de popularidad yendo a cenar con Bertín Osborne, bailando la conga en El hormiguero o desnudándose en los carteles como si fueran el póster desplegable de la desaparecida Interviú. Es la cura en el balneario del populismo cuché, lejos del sesudo noticiario, pensando que la televisión ligera de entretenimiento les absuelve ante un juicio social y programático más riguroso. De momento Irene Montero se queda en Diez Minutos bajo el palio de la compañera Rosa Villacastín. No ha escalado aún al nivel de ¡Hola!, que viene a ser el top de las revistas del corazón al estar algún escalón por encima de Lecturas, Pronto, ¡Qué Me Dices!, Semana, etc. Irene Montero pasa de marquesa a reina de corazones, título poco republicano dado el objetivo político de la coalición de izquierda radical de la que forma parte.
La Preysler de Galapagar presenta las credenciales para desbancar a Isabel y Belén. Y ahora sólo falta que Kiko Matamoros, Mila Ximénez y Jorge Javier la hagan suya en el Sálvame para convertirla en la sucesora natural de Pablo Iglesias. Cuando se está en la cacerolada obsesiva de monarquía o república no hay techo en los sueños del poder. Así que seguro que Iván Redondo ya está maquinando en su factoría de todo a cien un nuevo registro tras desenterrar a Franco, facilitar la consigna en Barajas de Delcy y malgestionar el coronavirus. El sistema ideal es el despiece federal de España, una vuelta de tuerca más al estado de las autonomías para encerrarnos en otro estado de alarma por territorios camino de la República.
Sánchez se borra e inhibe haciendo dejación de funciones y de su intransferible y constitucional responsabilidad como presidente del Gobierno en la España récord de muertes por millón de habitantes y rebrotes. En otro Aló Presidente antológico, el jefe del Ejecutivo reapareció tras sus criticadas vacaciones (20 días desaparecido en combate contra el virus) sin más contenido ni plan B que el márketing de la palabrería. Sin el rey Felipe VI estorbando en su hoja de ruta hacia el mando único, Pedro Sánchez sería un gran presidente de la III República e Irene Montero la primera ministra mujer. No lo olviden, en páginas menos relevantes que las de Diez Minutos comenzaron grandes carreras de líderes, famosos y estadistas como la de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o Bibiana Aído y Leire Pajín.
No debería tardar mucho Redondo en buscarle a Sánchez otro escaparate mediático y propagandístico distinto a esas homilías vacías de televisión que se inventó el Gobierno para mantenernos hipnotizados durante la pandemia del recorte de derechos y la monitorización de la crítica. Por lo que se ve, en Moncloa han llegado a la conclusión de que la inacción de gobierno, lo que siempre se ha conocido como quedarse quieto o hacerse el Tancredo, es más rentable que liderar la crisis de país. Se trata de que la demostrada negligencia gubernamental en la gestión Covid parezca una cosa de responsabilidad autonómica y de la oposición pero no de Sánchez, Iglesias y toda su millonaria legión de asesores y cargos de confianza. Sin embargo, España corre el riesgo de poner en peligro la seguridad sanitaria y la recuperación económica. Este país no se puede permitir la recaída ni la generalización de la gestión subvencionada del clientelismo político. Aunque lo diga en The New York Times y no en el Diez Minutos, nos gustaría oír a Pedro Sánchez pronunciar algo más que discursos de propaganda leídos a cámara. Por ejemplo que gobierna con lealtad para todos y que hay eficacia en sus políticas más allá de un titular, un tuit o echar las culpas de su desgobierno a la oposición.