ENTRE EL MIEDO y el pánico no hay apenas diferencias si hablamos del coronavirus. Las emociones humanas son el resultado del análisis del hábitat en que vivimos, de la percepción personal dentro del área de perímetro social. En esta crisis, el miedo no deja de ser una sensación de peligro inicialmente particular con base real. El pánico multiplica el miedo y la sensación inminente de grave amenaza individual dentro de la percepción colectiva. Lo que está pasando con el coronavirus es que el pánico colectivo tiende al desbarajuste ante la lógica del miedo individual. Y eso sucede porque de repente nos hemos encontrado mes y medio después del primer contagio en España con la realidad reconocida de una pandemia global que no fue debidamente gestionada porque no se garantizó eficacia preventiva. Combatir el contagio del Covid-19 es una tarea conjunta y compleja en un mundo donde las distancias se acortan y la conexión es integral. Pero podemos concluir que las medidas que comenzaron a adoptarse horas después del 8-M debían haberse aplicado hace al menos tres semanas o un mes, pues estamos comprobando que el miedo es libre pero el pánico conduce al caos.
En una crisis como la del coronavirus se hace necesaria la unidad de acción, la leal coordinación entre administraciones y, sobre todo, la adopción de protocolos responsables con el objetivo principal de salvaguardar la salud de los ciudadanos. Y por momentos ha dado la sensación de que la prioridad ha sido política, más propia de un Gobierno que basa toda su acción ejecutiva en el márketing de su probada tendencia propagandística y no en un verdadero liderazgo obligado a preservar con eficacia y resolución el interés general. El Gobierno central tiene la responsabilidad de liderar la gestión de la crisis del coronavirus más allá de la brillante capacidad de comunicación y templanza de un experto como Fernando Simón. Pero resulta desalentador, equivocado e inquietante priorizar el relato político sobre la realidad epidémica del coronavirus yendo por detrás de comunidades como la de Madrid o Euskadi en la toma de decisiones. Aún a pesar de la gravedad de la crisis del Covid-19, se ha notado un Gobierno dubitativo muy en lo suyo, en armar la mesa de diálogo para dar satisfacción al separatismo y sacar los presupuestos con los que aguantar el poder. Dejar pasar los días bajo el impermeable sanitario de la comunicación de normalidad y tranquilidad ha resultado una estrategia errática al no ir acompañada de un plan de choque desde los primeros contagios consensuado con comunidades y oposición y sustentado en medidas tanto sanitarias como económicas y de conciliación preventiva.
Afortunadamente, la responsabilidad de la oposición se ha demostrado acertada dando comprensivo apoyo a Sánchez hasta que la inacción tocó fondo. Con todo, las críticas a Sánchez no llegaron al grado de desleal irresponsabilidad partidista que ofreció en la crisis del ébola la oposición de entonces, ahora Gobierno de coalición. Repetirlo no debe ser tomado como un juicio gratuito, sino como una lección de la que debemos aprender para mejorar la respuesta política y social ante crisis como la del coronavirus que requiere objetivar por encima de todo el bien sanitario y económico comunes. España debe parecerse menos a Italia y más al realismo de pandemia global descrito por la OMS. Y pese a todo, parece que a ralentí Sánchez ha ido convenciéndose de la necesidad dramática de actuación hasta llegar al estado de alarma.
Toda España espera que entre mes y medio y 4 meses el miedo razonable y controlado derrote al pánico y de paso a la pandemia. La confianza no se gana sólo con retórica, sino con resultados y la eficacia de las medidas adoptadas. El espanto y pavor al contagio irán remitiendo a medida que avance la confianza. La gobernabilidad depende en buena medida de ello hasta el punto de que la ciudadanía se sienta verdaderamente protegida por sus gobernantes, que son administradores de la sanidad y la cobertura públicas ante el impacto médico y económico del coronavirus. La prohibición de aglomeraciones de más del mil personas, el aplazamiento de las Fallas, la Semana Santa, la limitación de movimientos en todo el territorio o la demora de las elecciones en Galicia y Euskadi requerían el tratamiento del estado de alarma. Veremos si su aplicación genera ese grado de confianza que la sociedad concede a la actuación de las distintas administraciones lideradas por Sánchez, que ya ha recuperado para su vocabulario de coalición la palabra "compatriotas". El decreto de alarma concretado este sábado, 24 horas después de que Sánchez lo anunciara el viernes, y otras 24 horas más tarde de sus primeras medidas serias del jueves tiene que servir para tranquilizar a la bolsa y al país. Pero sobre todo tiene que frenar la expansión de Covid-19. Bajo ese mando único, España debe volver a recuperar el pulso y la normalidad. Mientras tanto vivimos bajo el síndrome del coronavirus, un virus que según dijo Sánchez lo "pararemos unidos". Que así sea.