Opinión

La chistera

EN UNA cena navideña en el Gran Hotel, Manuel Martínez le comentó con ironía a un par de periodistas: «Chegades tarde para a foto. Acabo de abrazalos». Ellos eran el presidente de la Diputación, Darío Campos, y el senador Ricardo Varela, sentados en una mesa cercana. Más que una pista era una broma que no ocultaba traiciones sufridas y vengadas. Tuvo que llegar la negociación de los presupuestos para que Campos sacase otro conejo de la chistera. Si el año pasado sorprendió al pactar las cuentas con el PP y Martínez, lo que provocó la salida del BNG del gobierno, para aprobar las de 2017 aceptó las condiciones del hijo pródigo y le dio la vicepresidencia. La estampida de Martínez, que reivindicó méritos históricos para suceder a Besteiro, provocó situaciones esperpénticas. Primero la investidura de una sorprendida Elena Candia. Tras la moción de censura y la llegada de Campos, a veces parecía que gobernaban unos y decidían los otros. La tensión originó espectáculos poco edificantes. Lino Rodríguez, alcalde de Pol, estalló en un pleno con juramentos en arameo mientras Martínez le llamaba monstruo de la comunicación. No alcanzó la presidencia, como le vaticinó Cacharro en una célebre frase: «Señor Martínez, la tierra no siempre es para quien la trabaja», le dijo ante el advenimiento de Besteiro. Ahora, Martínez sí puede decir que la reforma agraria va. No ocupa el sillón de San Marcos, pero se sentará a su diestra.

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