Opinión

Una tarea pedagógica

EN LOS ÚLTIMOS tiempos se observa, a diestra y a siniestra, a un lado y al otro, una peculiar tendencia a la ausencia de explicaciones y argumentaciones en relación a las políticas que se ponen en marcha. Incluso, en el colmo del desprecio a la ciudadanía, se admite como fórmula de comunicación social la declaración unilateral sin contraste alguno.

Con frecuencia, como si fuera una fórmula mágica que para todo sirve, se esgrime, con ocasión y sin ella, una referencia al interés general vaga y abstracta, sin concreción ni argumentación algunas, como fundamento para cualquier decisión u omisión.

La política, bien lo sabemos, sobre todo si es democrática, constituye una tarea de rectoría de los asuntos públicos orientada, en un marco de libertades, a la mejora de las condiciones de vida del pueblo. En la medida en que la política democrática descansa sobre el Estado de Derecho, la racionalidad debe presidir la confección y elaboración de las políticas públicas, así como su comunicación y explicación a los ciudadanos. Comunicación y explicación son dos funciones bien relevantes de los nuevos espacios políticos, especialmente en centro, que han de realizarse pedagógicamente, dedicando tiempo a exponer las argumentaciones y las razones que justifican la acción de gobierno o la oposición política.

La realidad demuestra, más bien, que la pedagogía y la explicación brillan por su ausencia en la vida política, también, y sobre todo, en nuestro país. Probablemente porque reclaman trabajo, esfuerzo, ponerse en la piel de quienes escuchan, de las personas a que van dirigidas los mensajes. Además, la pedagogía hay que hacerla cerca de las personas, de los ciudadanos, y ello supone que hay que desplazarse a la realidad, con el riesgo que hoy entraña alejarse del poder y adentrarse en mundos complejos y poco rentables tecnoestructuralmente hablando.

Los nuevos espacios políticos, entre los que se sitúa el centro, traen consigo una particular exigencia de pedagogía política. Efectivamente, en el desarrollo de sus políticas, las formaciones inspiradas en el espacio de centro deben atender de modo muy particular a la comunicación con el entorno social, con toda la sociedad. El trabajo de pedagogía política no es, de ninguna manera, una labor de adoctrinamiento, de conversión ideológica, sino precisamente de transmisión de los valores de las políticas que se proponen o que se realizan.

En este tiempo en el que algunos confunden el centro con la ambigüedad, la pusilanimidad, el marketing, el relativismo o la indiferencia, la exigencia de explicación y de pedagogía es, si cabe, más relevante. Si así no se hace, la gente se siente decepcionada, se aleja de los políticos y, es lógico, empieza a abrirse a nuevas propuestas en las que la comunicación y el mensaje, más si es demagógico y desafiante, les permite atisbar algún gramo de esperanza en el futuro.

Desde el centro, que es un espacio político de apertura, pluralidad, dinamismo y complementariedad, es menester que se transmitan al pueblo las políticas a emprender acompañadas o precedidas de las razones de su formulación, así como de las consecuencias que de ellas se van a desprender.

La pedagogía política impide la demagogia porque la racionalidad es su principal manifestación. Cuando las propuestas o las medidas se pueden explicar porque son razonables, lógicas, con argumentaciones al alcance de cualquier fortuna, es probable que el pueblo soberano pueda comprender mejor el alcance y sentido de esas políticas. Y cuando esas políticas se hacen para todos porque son exigencias de la centralidad del ser humano, entonces se transita por el buen camino y no es difícil explicar las causas y las razones de tal proceder. En cambio, cuándo domina el silencio, la corrupción, el castigo a los más desfavorecidos, la ausencia de explicaciones y la rendición de cuentas es una falacia, la misma democracia pierde enteros. Entonces asoman los populismos, los salvadores de la patria, los manipuladores sociales, todo un conjunto de oportunistas especializados en manejar el descontento y la indignación que hoy, por obra y gracia del inmovilismo reinante en las terminales partidarias tradicionales, se están llevando el gato al agua. Así de claro.

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