Opinión

Un futuro en común

"LOS PUEBLOS no se reconcilian con el pasado hasta que sienten que tienen un futuro político en común", escribe Michael Ignatieff en ‘Las virtudes cotidianas’ cuando se ocupa de ‘Bosnia: guerra y reconciliación’.

En la Transición española sucedió así: vencedores y vencidos, franquistas y antifranquistas y gente que aspiraba a que no se repitiesen los enfrentamientos del pasado, buscaban un futuro común: un país en el que pudiesen vivir todos, pensasen como pensasen. La oposición democrática, el franquismo reformista y el franquismo sociológico, que existía, compartían esa apauesta. Hubo minorías, de un lado y otro, dispuestas a prorrogar una España sobre la otra. Nostálgicos republicanos que seguían en el pasado, que creían que lo iban a cambiar, o viejos franquistas también nostálgicos y dispuestos a monopolizar por la fuerza el país. Se situaron frente a la historia. Unos y otros minoritarios seguían en sus trincheras, sin tolerarse. La mayoría apostó y trabajó por la opción de un proyecto común, que dio estos cuarenta años de Constitución y de realidad democrática.

Exmiembros de gobiernos de Franco, exmiembros destacados del partido único de la dictadura, nacionalistas catalanes, opositores al régimen en el socialismo o en posiciones templadas democristianas o viejos comunistas trabajaron juntos para que España contara con una Constitución que marcara el inicio de una etapa histórica diferente: común. Recuperar hoy la memoria histórica —la dignidad de las víctimas— no puede implicar situarse por encima de ese acuerdo para construir un futuro común, que se plasmó en la Constitución.

Tuvo largos trabajos previos de años, desde la llamada en la década de los cincuenta a la reconciliación nacional del PCE o a la petición de perdón por los obispos españoles que presidía Tarancón o a la labor de publicaciones como Cuadernos para el Diálogo.

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