Opinión

La igualdad no existe

LA IGUALDAD, como la libertad, no son plantas naturales que crecen y se desarrollan espontáneamente, ni tampoco aerolitos que vienen del cielo. Son conquistas sociales de la humanidad. 

La igualdad no es un don de la naturaleza humana. Los seres humanos, como dice Erich Fromm, "son nacidos iguales, pero también son nacidos diferentes". Y Santo Tomás afirmaba que "por naturaleza, todos los hombres somos iguales en libertad, pero no en otras dotes".

Algunos hombres estarán por encima de otros, dice Emerson, pero "destruye la desigualdad hoy y aparecerá de nuevo mañana".

La deseada igualdad no existe en la sociedad, como no existe en la naturaleza; pero no toda igualdad es buena ni toda desigualdad es mala.

Todos los hombres nacen iguales pero es la única vez que lo son, subraya, por su parte, Abraham Lincoln.

En efecto, como ya apuntaba Aristóteles, "no es justo tratar igualmente lo que es desigual ni tratar desigualmente lo que es igual". Todo depende de dónde se ponga el límite de cada uno de dichos conceptos, pues no cabe duda que puede existir una igualdad injusta y una desigualdad justa. Sólo el justo medio nos libera, tanto del igualitarismo como de la extrema desigualdad.

Las anteriores ideas nos permiten pensar que, como señala el economista Martin Ravallion, "no toda desigualdad es siempre mala. Hay niveles de desigualdad que son positivos en términos de incentivos para el crecimiento y para la propia reducción de la pobreza".

Ese mismo autor admite que "hay cierta verdad en la idea de que en un mundo sin desigualdad no habría incentivos", por lo que propone, como objetivo, no la "desigualdad cero, sino la pobreza cero".

Esas ideas prueban que la posible desigualdad que supone la política de incentivos sirve para aumentar la producción y la riqueza y, en consecuencia, permitir la disminución de la pobreza.

El reto con el que actualmente se enfrenta la sociedad es el de "enriquecer a los pobres y no empobrecer a los ricos", como señala Arthur Laffer, que termina afirmando que "ningún país prospera castigando a los creadores de riqueza".

La gente no suele trabajar, crear o esforzarse sin motivación para hacerlo, dice Nicholas Bloom.

Todo lo anterior responde a la idea de que el trabajo lo retribuye el empresario pero quien realmente lo paga es el cliente, pues del mercado depende la existencia y viabilidad general de la empresa. 

En consecuencia, si la igualdad es una conquista social, es evidente que, como toda conquista consiste en alcanzar y conseguir algo que no se tiene, tenemos, por lo tanto, el deber ético y social de lograrla, para contribuir al bien general de las personas y de la sociedad.