Opinión

Dos tipos iguales y el otro no

REALMENTE no observas diferencias sustanciales entre uno y otro. Los dos son morenos. Visten de la misma manera. Proceden de familias normales. Padres trabajadores y con principios. Los dos estudiaron derecho. Uno en la Universidad Complutense y el otro en Esade. Uno de ellos tuvo problemas con los títulos. Fue público. Uno es hijo único. El otro de padre con más hermanos en la familia. Ambos son amigos de polemizar y sienten especial querencia por la oratoria a la que dedican tiempo e imaginación.

Aún siendo jóvenes llevan tiempo en política. Los dos ejercieron como diputados autonómicos y los dos son diputados en el Congreso. A uno no le importa desnudarse para las fotografías, pero si le cabrea que en su casa coloquen una en la que se ve con una bala en la frente y chorreando sangre. Cuentan con 38 y 40 años de edad y llevan recorrido el país de cabo a rabo. Hablando. Rodeados de personas que les abrazan. Les animan. Les desean suerte. Están acostumbrados a ser amables. A tener paciencia. No se presentan a sí mismos. Les presentan.

Ambos delgados y quizás la única diferencia esté en la manera que tienen de utilizar las manos cuando hablan. Uno de ellos apunta con el dedo y el otro dibuja un círculo. A uno le gusta apuntar e incluso acusar con nombres y apellidos. El otro cuando hace lo mismo solo es para indicar su desacuerdo con la manera de hacer las cosas. Son posturas estudiadas para reafirmar sus palabras a través del lenguaje no verbal. Por lo demás se confiesan liberales en lo político. No tienen miedo. Y si lo tienen se lo callan. Son dos con muchas cosas en común y, no tantas actúan como elementos separadores. Pero no se muestran cariño. Acuden a manifestaciones juntos y sus asesores dibujan en el suelo el espacio justo para que no se toquen. No se hablen. No se fotografían juntos. Viven en una especie de dislexia que les impide pronunciar el uno el nombre del otro sin antes mirar para atrás, o a los lados, por si viene alguien. Están condenados a entenderse. Y lo saben. Si no es en estas elecciones será en otras. Pero Pablo Casado y Albert Rivera, uno de Palencia con casa en Madrid y el otro de Barcelona, residente en la capital de España, tendrán que entenderse como ya lo han hecho en Andalucía donde han aparcado sus diferencias para desbancar lo que parecía imposible. Sí. Es cierto pactaron con alguien que lleva pistola, una Smith and Wesson, y lo miran de reojo, pues, es otro que no debería haber salido del redil. Otro al que no le importa decir todo lo contrario a lo que dicen ambos y, por ahí, se acerca a un vivero de votos nada despreciable por ninguna de las partes en un momento donde la socialdemocracia española puede ser la única que aguante en Europa el tirón de una derecha extrema.

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