Opinión

Aceptar destinos

LOS RÍOS tiemblan de miedo antes de entrar en los mares. Se contraen y buscan una imposible marcha atrás porque, aun temiendo a lo desconocido, están abocados a una muerte con forma de nueva vida. No hay salida. Nadie ni nada puede salvarlos porque ese es el fin de su devenir. El destino estaba escrito en sus entrañas desde el mismo día en que solamente eran  regatos.

No pueden volver atrás. Nadie puede hacerlo en realidad. Solamente aceptando el camino al que se está abocado se diluirá el miedo. El río, sin saberlo, se convertirá en océano, mientras que las personas creceremos a pesar de que, en determinados momentos, el pánico pueda apoderarse de nosotros.

Nos hacemos grandes en la dificultad. El mayor aprendizaje en la mochila de cualquiera no llega en las épocas de vino y rosas; lo hace en las etapas de llanto y angustia, de desconcierto y de futuros en forma de interrogación. He ahí cuando la persona se engrandece, recurre a sus habilidades, exprime sus ideas y se acostumbra a chocar mil veces con una piedra que parece no querer apartarse del camino… Y el hombre continúa. Se acostumbra al obstáculo. Al principio se enfada y se lamenta de su suerte, hasta que un día aprende a esquivar la roca y esta acaba resultándole insignificante… Y entonces la piedra desaparece. Se va a otros caminos a incordiar porque de nuevo un ser humano la venció.

Nadie que no haya visto los dientes del miedo es una persona completa. No debemos lamentarnos por haberlos visto muchas veces o por estar ya cansados, porque los fracasos cogen de la mano a la oportunidad. Algunos seres son capaces de aprovecharla y otros están demasiado cegados por la derrota como para poder reaccionar.
Todo sucede por algo y, sobre todo, para algo. No hay mal que cien años dure y, mientras no llegue el final de nuestras existencias, disponemos de la exclusividad de nuestras vidas. Podemos soñar y hasta llegar a ser quien queremos ser, pero siempre por medio de trabajo físico y emocional. No podemos esperar que nadie nos saque de los agujeros si nosotros, mientras, no estamos tratando de abrir un boquete más amplio.

Las personas grandes son las que no se resignan, las que luchan, aquellas a las que la vida les da una bofetada y ellas le devuelven una sonrisa enigmática. Esa clase de gente no teme al futuro porque ellas son el futuro. Son lo que quieren ser… Y si el brazo se rompe, le ponen un cabestrillo… Y siguen sin mirar atrás ni lamentarse de lo que pudo haber sido y no fue.

Se saben piezas de ajedrez y tratan de resolver la partida de la forma más favorable para ellas… Y, si no lo logran, vuelven al tablero una y mil veces porque saben que algún día llegará su momento; porque la clave del éxito radica en insistir.

Sigamos peleando sin tener miedo al océano al que, al igual que le sucede al río, estamos abocados a llegar… pero hagámoslo mientras exprimimos nuestras cartas. Atrevámonos a dar pasos, a cimentar cosas nuevas y a avanzar. Sin avances no hay novedades. Sin novedades no hay alegría. Sin alegría no hay felicidad y, sin felicidad, no tenemos nada que aportar… Y, aquel que no aporta, es mejor que se aparte.