Opinión

Aquel niño de Os Peares

Retrato aproximado de Núñez Feijóo. Emigra como gallego a Madrid para reconquistar la gloria popular
Vecinos del pueblo de Os Peares muestran su apoyo a Feijóo. BRAIS LORENZO (EFE)
photo_camera Vecinos del pueblo de Os Peares muestran su apoyo a Feijóo. BRAIS LORENZO (EFE)

Alberto Núñez Feijóo es un centrista convencido que no se avergüenza de ser del PP ni de derechas. Sus enemigos internos y externos, todos muchos más amigos desde el congreso de Sevilla de este fin de semana, le reprochan esa enfermiza moderación del centro reformista liberal que caracteriza a los militantes radicales de la democracia, cuya Biblia es la Constitución y cuyo santo y seña es la tolerancia hacia el que piensa distinto. Feijóo es un tipo que sabe escuchar y esconder sus sentimientos, de esos que nada y guarda la ropa, de los que juega al póker de la política sin enseñar sus cartas ni mostrar entusiasmo, debilidad, soberbia, compasión o autosatisfacción.

Digamos que es de la escuela de Rajoy, más por gallego que por exceso de retranca, de los que no se casa con nadie porque en el arte de lo público hay que saber dónde están los límites. Núñez Feijóo no es persona de desconectar, porque sin ser Fraga está siempre encima de lo que toca, de lo que debe, de lo que importa. Y lo que es más eficaz: destierra cualquier reacción frívola de la probabilidad de equivocarse. Se equivoca, si, como todos, pero menos, lo cual es una virtud poco común en política.

Por tanto, no es de los que acierta cuando rectifica, aunque sabe que rectificar es de sabios. Si acaso esa fiabilidad es su comodín de supervivencia, un salvoconducto contra los experimentos gaseosos de naturaleza juvenil y emergente. Podemos establecer, pues, sin temor a equivocarnos, que Feijóo es precisamente el último mohicano que representa fielmente eso que el marianismo ha acuñado como política para adultos.

El nuevo presidente del PP, todavía presidente de la Xunta, ha sabido y sabe esperar, lo que da solidez, empaque y credibilidad a su liderazgo. Feijóo tiene la paciencia del sucesor y la generosidad de los vencedores. Generoso con quienes optaron por opositar a sucederle y generoso con quienes han sido víctimas de la precipitación, la ansiedad y el atajo. Aquellas lágrimas cuando renunció a suceder a Rajoy hablaban en verdad sobre el desconsuelo político, cuando los tiempos no confluyen, cuando el amor a Eva y la paternidad están por encima de todo y cuando la obligación con Galicia puede más que la ambición.

Aquel niño ourensano de Os Peares, acostumbrado a la galleguidad fronteriza lucense del sacrificio y del esfuerzo, es hoy la alternativa natural a eso que tan inspiradamente bautizó Rubalcaba como Frankenstein. A Feijóo le emociona esa nostalgia que sentimos los gallegos y llamamos morriña. La morriña le hace sentir en los silencios del alma, cuando mira hacia atrás y ve lo que ha conseguido el chaval de Os Peares desde abajo. Porque haberse hecho a sí mismo desde abajo es lo que le da fortaleza para seguir el camino verdadero y seguro sin distracciones ni debilidades.

Núñez Feijóo es un hombre íntegro que no se deja embaucar por el peloteo ni seducir por el conformismo de la complacencia. Es difícil de descifrar, astuto y frío en las emociones políticas, más gallego que Cunqueiro y menos guasón que Cañita Brava.

Feijóo tiene fama de gestor eficiente, de político prudente, de servidor público con templanza y experiencia suficiente para mejorar España. Es verdad que España no es Galicia y que la jauría mediática y política espera ansiosa para devorarle en el circo nacional. Pero Feijóo tiene tablas y proyección estatal, sabe que el tiempo, la economía y la calle juegan a su favor, y comprende que el desgaste de Sánchez le da fortaleza para conquistar el CIS cocinado de Tezanos. A día de hoy, solo hay una política que le inquieta. Y esa es Ana Pontón, la lideresa del BNG que en los debates electorales de Galicia ha sido capaz de confrontar al nivel de un Feijóo sabedor de que las elecciones se ganan a los puntos, pisando calle, haciendo kilómetros y fuera del plató de televisión.

En Os Peares, comarca y aldea de dos provincias donde nació Feijóo, confluyen el Miño y el Sil, Lugo y Ourense y dos formas gallegas de sentir la vida que en definitiva son una sola forma de vivirla. Quizás esos prados, esos aromas y esas aguas que inspiraron a Rosalía de Castro en Cantares gallegos, sean el paisaje natural que define al Feijóo de las raices: "Miña terra, miña terra/terra donde me eu criei,/hortiña que tanto quero, figueiriñas que prantéi,/ prados, ríos, arboredas,/pinares que move o vento/paxariños piadores, /casiña de meu contento". Y como el gallego emigrante que va y viene, como el paisano que sube y baja o transita por la escalera entre el depende y el pulpo á feira, Feijóo vuelve a Madrid con la banda sonora de Amancio Prada y los primeros versos de Rosalía, con la pena bien adentro y la esperanza en la maleta: "Adiós ríos, adiós fontes/adiós regatos pequenos,/ adiós visas dos meus ollos/ non sei cando nos veremos".

Feijóo hace el camino inverso a Fraga, que desde la capital buscó cobijo y refugio en la tierra donde se crió. Ahora Feijóo vuelve a Madrid para reconquistar la gloria popular, para buscar vivienda en el barrio de Moncloa, para hacer posible el sueño del emigrante gallego que tanto se parece al sueño americano.

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