Opinión

La España inmadura

No puede decirse que la actitud de Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, sea un dechado de coherencia

FACTOR ERREJÓN, insomnio de Sánchez y su enemigo preferente, cordones sanitarios de Rivera y guerra de las pancartas en el tripartito de la derecha. He aquí algunos vectores de la España inmadura que no mereció la declaración de zona catastrófica en el último Consejo de Ministros. 

Los vectores no naturales de la realidad, debidos a la inconsistencia de una clase política con alarmantes signos de infantilización, también deberían ser considerados como una calamidad. La peor, porque no se detiene ante las barreras de la memoria, la racionalidad y el sentido común. Y lo acabaremos pagando. 

Los riesgos vienen de la mala calidad del escenario diseñado por los guionistas del Gobierno en funciones. Su objetivo está claro: buscar en la repetición de las elecciones la estabilidad que nunca buscaron realmente con fuerzas fronterizas. Por la izquierda (UP) podía, pero no debía, so pena de pasar las noches expuesto a sobresaltos continuos por culpa de un socio poco fiable. Por la derecha (Cs) podía y debía, según la matemática alumbrada en las urnas del 28-A. 

No quiso. No movió ni un dedo por intentarlo, basándose en el cordón sanitario impuesto al sanchismo por el divino Rivera. Pero quien jugaba con blancas, quien había ganado las elecciones, quien estaba obligado a llevar la iniciativa, no se molestó en conquistar a Cs para la causa de la gobernabilidad. 

De haber fracasado en el intento, la carga de la prueba habría caído por aplastamiento sobre un partido que presume de compromiso constitucional y sentido del Estado. Hubiéramos entendido entonces las dificultades de intentarlo después por la izquierda con una fuerza de aversión declarada al régimen del 78, a la Monarquía y a las políticas del Gobierno en defensa de la soberanía nacional. 

Al no haber hecho el menor esfuerzo de entenderse con Cs, como la pedían las fuerzas económicas y empresariales, dirigentes históricos del PSOE y un sector del propio partido naranja, ahora su tardío reconocimiento de Podemos como enemigo preferente resulta contradictorio, incoherente y poco creíble. 

Aunque en un grado menor de responsabilidad, por tratarse de la tercera fuerza política, tampoco está libre de culpa Ciudadanos. No puede decirse que la actitud de su líder sea un dechado de coherencia. Véase como, también a destiempo, quiso ganarse el aplauso de los españoles por su extraña aportación a la causa de la gobernabilidad. 

Me refiero a su triple exigencia a cambio de apoyar la investidura, aprovechada por Sánchez para reconocerse ante los votantes en su insobornable compromiso con el Estado y la Constitución. ¿Acaso esperaba Rivera que Sánchez asumiera sin más el discurso difamatorio de un PSOE vendido a los enemigos de España en Navarra y en Cataluña?