Opinión

Una ciudad blindada

ENTRAR EN Bruselas es hacerlo en una ciudad blindada. Por las calles no se ve policía, solo militares armados con metralletas. Son muchos y algunos bromean al tiempo que empuñan sus uzis. La estampa puede impactar y hasta inquietar al visitante pero se ha convertido en familiar para los habitantes de la capital de Europa. Muchos ven en el despliegue una muestra de seguridad ante el clima de paranoia colectiva que se vive por el terrorismo. Además del drama humano, la ciudad aún sufre las consecuencias y, según cuenta un hostelero, ha visto el turismo reducido a la mitad en el último año, tras los ataques de París -cuyos artífices tenían raíces en el problemático barrio de Molenbeek- y los atentados simultáneos en el aeropuerto y en una céntrica parada de metro de Bruselas.

Esta estación, la de Maelbeek, se encuentra precisamente al pie de las instituciones europeas y en una de sus paredes un mural recuerda a las víctimas. Este y la presencia del Ejército son los únicos resquicios de que el terror golpeó con fuerza la ciudad. Por el resto, se trata de una urbe especialmente acogedora que sin embargo, encaja perfectamente en la definición de ciudad de contrastes. Todas lo son en cierto modo, pero en Bruselas es frecuente toparse con casas en ruinas a un paso de los rincones más idílicos. Como también lo es ver a mendigos -mayoritariamente árabes- sentados en la misma acera donde se estacionan Ferraris y Lamborghinis. Dejando al margen la alarma terrorista, Bruselas no es insegura. Tiene zonas degradadas pero, en general, caminar de noche no es peligroso. Al menos no más que en cualquier capital gallega.

El corazón de Europa se trata, en definitiva, de una ciudad complaciente con el turista que lucha por recuperar el pulso mientras el paso del tiempo ayuda a cerrar las heridas del terrorismo.

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