Blog |

¿Y quién no, Leo?

Se acaba la temporada y allá se van miles de partidos que dentro de unos años serán olvidados. Solo unos cuantos se quedan con nosotros para siempre y en algunos incluso nos vestimos de corto. Sí, esto va de fútbol aficionado. O ni eso. Pero de fútbol al fin y al cabo

Messi, con la camiseta de la selección argentina. AEP
photo_camera Messi, con la camiseta de la selección argentina. AEP

AHORA QUE está de moda buscarle los límites al humor me pregunto si se le pueden buscar también al deporte. ¿Deja un chiste de serlo si es muy bruto? ¿Deja un partido de fútbol de serlo si los jugadores son muy malos? A estos últimos va dirigido este artículo; a los que no llegamos, a los que la realidad nos apartó del sueño, a los que nunca encontramos la manera correcta de dirigirnos a la pelota para que nos hiciera caso, a los que un día, ya tarde, nos apuntamos a un equipo para darle unas patadas al puñetero reloj.

Si es usted de los buenos, si es usted un futbolista, no siga leyendo. O mejor, sí. Continúe. Descubra cómo es la vida de quien le envidia. Pero con cuidado, no vaya a ser que al final acabe maldiciéndose por formar parte de los que sí llegaron.

Cada uno tendrá su historia, pero yo solo puedo contar la mía, así que ahí va. Mi equipo fue el de la Liga Universitaria. De esa época se echan de menos hasta los exámenes, imagine juntarse con los amigos para jugar al fútbol. Y se llamaba El Coloso. Quédese con el nombre si tiene pensado llegar al final.

No es que tuviésemos aires de grandeza ni jugásemos como locales en Rodas. Un día pasamos por delante de un chalet de esos bautizados y que lucen orgullosos su nombre a la entrada. Alguien reparó en la placa: "El Coloso". A los pocos días, a la hora de inscribir el equipo, surgió la polémica de cómo ponerle. La discusión duró hasta que el extremo derecho recordó el rótulo que había visto a las puertas de aquel palacete.

Las historias del Coloso son las mismas que cuenta usted si es que algún día formó parte de un equipo similar. Basta con juntarse con un excompañero para que se amontonen a la puerta del cerebro recuerdos de partidos que se habían ganado ¿o empatado? y de goles que se habían metido ¿o fallado? De triunfos inmortales. De derrotas que hoy ya son dulces.

El tiempo emborrona las páginas que recogen las crónicas de aquellos encuentros. Pero los manchones quedan bien. El paso de la vida misma suele borrar los párrafos más oscuros, dejando en el recuerdo los pasajes más brillantes. Los años, a veces, son buenos aliados.

Antes de contarles a qué viene todo esto voy a hablarles de un partido que jamás olvidaré. No recuerdo el rival, sí que aquel día nuestro portero no pudo venir y que éramos once justos. Al poco de empezar se lesionó el lateral derecho y al acabar la primera parte perdíamos por 4-0. No sé muy bien qué pasó tras el descanso, pero a poco del final me encontré con un balón en el área, puse el pie y empaté el encuentro (4-4). En la siguiente jugada marcamos el 5-4 y fuimos muy felices. Tanto que pensamos que el mundo se podía terminar en ese momento. Pero lo que no había acabado era el partido y en el descuento nos metieron dos goles. Recuerdo al lateral que me cubría, un chaval con cara de no haber tenido una resaca en su vida, haciendo cortes de manga por el campo en todas direcciones. Tras el pitido final vino a darme la mano avergonzado.

Soy de esos padres que, cuando pasa al lado de unos niños jugando al fútbol, reza para que la pelota se les escape en mi dirección. Con dar un toque me llega. Nunca he sido futbolista, pero tengo derecho a tener mis recuerdos de partidos históricos, aunque acabasen con derrota y cortes de manga.

El fútbol argentino me apasiona y creo que es porque se parece más a la Liga Universitaria que el que se juega aquí. Es más infantil, más tramposo, más simple... Veo los partidos y los programas que derivan de ellos. Y el otro día, en uno de ellos, escuché una frase que me levantó del sofá y que es la culpable del artículo. En una entrevista a Leo Messi le preguntaron por su infancia y el capitán de la albiceleste contó que de niño iba al campo de Newell"s en su Rosario natal y se imaginaba que algún día sería futbolista.

El estadio en cuestión se llama Marcelo Bielsa, pero es conocido como El Coloso. Así que la frase literal que le escuché a Messi fue la siguiente: «De pibe iba a ver a Newell"s y mi sueño era jugar en El Coloso».

¿Y quién no sueña con jugar en El Coloso, Leo? ¿Quién no?

Comentarios