Es en los momentos críticos cuando se mide la grandeza de una persona, de una familia, de un barrio, de una ciudad, de una comunidad, de un país. En estos días lo que está en juego es el honor del mundo entero y eso conlleva un problema: no hay nada por encima. En la escala antes citada cada peldaño es juzgado por el superior. Más arriba del planeta no hay nada. Somos nosotros mismos los que tenemos que ponernos nota. Y menos mal, porque este presente confinado sirve para confirmar que hemos alcanzado algunos límites; el más claro, el de la estupidez. Imaginen un tribunal galáctico en el que se juzga a la Tierra por su manera de afrontar esta crisis. El abogado de turno cita la solidaridad de la gente, el esfuerzo de los sanitarios, la responsabilidad del pueblo quedándose en sus casas. El caso está ganado hasta que el fiscal, muy despacio, saca su móvil y muestra la noticia del joven infectado por participar en el último reto chorra de las redes sociales: chupar retretes para ver si pillas el coronavirus. El abogado se desploma en su silla y el juez pone cara de circunstancias. El fiscal recoge sus papeles y, sin mirar al tribunal, sentencia a este mundo: «No hay más preguntas, señoría».
