Opinión

Reyes magos de verdad

ESTOY HACIENDO la lista de regalos de Navidad. Ya he comprado algunos (pocos) aprovechando la semana del Black Friday, pero me he hecho el propósito de emplear parte de este puente en rematar las compras, aunque parte de la emoción del día de Nochebuena se encuentra en el vértigo de que me falte algún presente y me vea obligada a salir a la carrera. Este año la cosa se complica un poco, y en mi relación de compras por hacer hay una caja de rotuladores fosforescentes, un abrigo con corazones, un juego de preguntas y respuestas, un chándal rosa… Y es que a alguien se le ha ocurrido la maravillosa idea de crear un ejército de reyes magos anónimos para que se ocupen de hacer realidad los deseos de niños en situación de vulnerabilidad. Esta semana recibía las cartas de cinco críos que, tomándome por Melchor, Gaspar o Baltasar, me explicaban lo que quieren encontrar la mañana del seis de enero.

No había nada disparatado: juguetes sencillos, algo de ropa, material escolar. Los deseos legítimos de unos críos cuyas vidas son seguramente difíciles. De niños que empiezan a descubrir que el mundo no es un lugar justo. Y cuando leo esas cartas garabateadas por chiquillos de 6, de 7, de 8 años, que aún creen que en Navidad pueden suceder cosas maravillosas, me siento inmensamente privilegiada al pensar que voy a ser la herramienta para hacer realidad un puñado de sueños. Así que en estos días tan extraños en los que intento encontrar tiempo para comprar los regalos de mi familia y de mis amigos, tengo también la misión de dar con los juguetes que piden cinco niños a los que no conozco y que creerán que sus majestades de oriente se las han apañado para dejar en sus zapatos las cosas que deseaban. Nunca sabré quienes son. No veré sus caras cuando encuentren el monopoly, la caja de rotuladores, la mochila con ruedas. Pero sé que, por muy felices que se sientan al desenvolver sus paquetes, soy yo quien está recibiendo el mejor de los regalos.

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