Opinión

¡Libertad! Oui, c’est moi

El espectáculo de Madrid es hipnótico por lo grotesco, pero agotador
Un furgón de la Policía Nacional pasa por el Barrio de Salamanca. EMILIO NARANJO (Efe)
photo_camera Un furgón de la Policía Nacional pasa por el Barrio de Salamanca. EMILIO NARANJO (Efe)

EN LA NUEVA normalidad el sudor del oprimido huele a Cacharel, la comida y la democracia son orgánicas, los policías construyen las barricadas para que los manifestantes no se estropeen las uñas, los votos son censitarios y las protestas cesan cuando los mayordomos hacen sonar las campanillas para avisar de que la cena está dispuesta. ¡Libertad! Oui, c’est moi. 

La nueva normalidad son cien personas mal contadas de una calle del barrio de Salamanca, menos de las que se juntarían en cualquier reunión de vecinos de alguno de los bloques de viviendas sociales que la Comunidad de Madrid vendió a los fondos buitres, ocupando horas de televisión y espacio en los periódicos como si fuera el germen de una nueva Restauración. 

Tengo que reconocer, sin embargo, que el espectáculo tiene momentos casi hipnóticos por lo grotesco. Pero eso alcanza solo para un rato, para unas risas y unos memes en Twitter y poco más. Los intentos por convertir esta charlotada de pijos castizos en un problema nacional resultan todavía más ridículos que la cuqui borroka en sí. La nueva normalidad es desayunar, comer y cenar con las ocurrencias de Isabel Díaz Ayuso, cuyo principal problema no es que se haya instalado en un apartamento de lujo regalado por un empresario con intereses privados, sino que se ha instalado en el surrealismo. Responsable de una de las gestiones más delirantes que ningún presidente autonómico, sea del partido que sea, ha hecho durante esta pandemia, acosada por unos datos que abochornan al país y a buena parte de los madrileños y mantienen a sus conciudadanos en la fase 0 hasta no se sabe cuándo, su defensa es que toda la culpa es del Gobierno porque "nos tienen amordazados". Si realmente esa era la intención del Gobierno, cuenta con el más amargo de mis reproches por su gestión: nunca tan pésima mordaza vi, no hay manera de que esta mujer deje de decir sandeces. 

Mucho me temo que para la mayor parte de este país la nueva normalidad va a ser en este aspecto como la antigua, pero peor: más Madrid. Es como si el confinamiento estuviera afectando a la villa y corte y a todos sus afluentes (medios de comunicación, grupos de presión y demás influencers) de una manera más profunda, encerrándolos aún más en sí mismos y acentuando esa visión que ya tenían antes en la que España acaba en la sierra de Guadarrama. Y es agotador. 

Estoy seguro de que no es culpa de todos los madrileños, ni mucho menos, y que una gran parte de ellos están igual de agotados y de avergonzados que nosotros por el espectáculo que nos están retransmitiendo, que es solo una parte mínima y premeditadamente seleccionada de la realidad. Probablemente ni siquiera representativa. También lo siento por ellos, mi solidaridad. 

Pero es que la paciencia se nos va agotando a todos, no solo a las Ayuso y a los españolazos que gritan "libertad" en Núñez de Balboa. Yo, por ejemplo, también quiero liberarme: de ellos. Y también tengo una propuesta, como ellos: traslademos las vallas con concertinas de Ceuta y Melilla al barrio de Salamanca, para protegerlos, para darles seguridad. De ese modo, podrían circular por sus calles cumpliendo las medidas de confinamiento y seguridad que ellos y Ayuso decidan, a salvo de los bárbaros que amenazamos su país. Y que se queden en su pequeño Madrid, libres ellos, libres nosotros.

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