Opinión

Disfruten lo votado

Del conflicto secesionista en Catalunya se han dicho muchas cosas pero una de la más habituales es aquella que alude a la ruptura de la convivencia pacífica, a la quiebra de los núcleos familiares por cuestiones de incompatibilidad política. Lo hemos escuchado miles de veces desde diferentes frentes, es especial desde las diferentes portavocías del mal llamado unionismo: familias rotas por el procés, vecinos que no se dirigen la palabra, un país partido en dos por la intolerancia de unos y el abandono institucional hacia los otros. Buenos y malos, en definitiva, un discurso maquiavélico que prende con especial virulencia a cientos de kilómetros de distancia.

En la calle Hortaleza, en pleno centro del barrio de Chueca, se encuentra la iglesia de San Antón. Cada 17 de enero, día de San Antonio Abad, patrón de los animales, vecinos de todo Madrid acuden allí con sus mascotas para recibir la bendición del santo, una estampa que nada tiene que ver con la del día a día, mucho más oscura y endurecida. Algunos vecinos de la zona denuncian que el televisivo Padre Ángel, amigo personal de políticos y estrellas de la televisión, ha convertido la iglesia en un albergue ilegal que ha traído de vuelta al barrio estampas que parecían ya olvidadas. Hablan de ello pero con una condición: nada de desvelar sus identidades, quienes lo hicieron en el pasado han recibido todo tipo de amenazas. "Son los dueños de la calle, se cuelan en nuestros portales, roban, atemorizan a los transeúntes de madrugada", explica una de las vecinas. "Ayer mismo, uno de ellos se estaba cascando una paja bajo nuestra ventana, a plena luz del día. ¿Esto me lo va a solucionar el que gane las elecciones? Ya te digo yo que no".

Otra vecina, escoba en mano, cuenta que hace pocos días recibieron la visita de representantes de Vox. "De los otros hace tiempo que no sabemos nada", asegura. Así funciona la ultraderecha y así se ha ido incrustando en el imaginario de tantos barrios madrileños: donde detectan algún tipo de miedo, aparecen como salvaguardas de la seguridad y la convivencia ordenada. "Son los únicos que se preocupan por nosotros, por los españoles", dice otro de los vecinos, también en pie de guerra contra el padre Ángel y los sintecho, en su mayoría —curiosamente— también españoles. "Que se los lleven los progres para su casa. Que se los lleven Carmena y Errejón para sus casas, no te jode", insiste con un exceso de vehemencia y saliva. Otros vecinos, sin embargo, colaboran a diario con la parroquia y se turnan para dar desayunos o repartir productos de higiene personal entre los más necesitados. "Siempre habrá gente a la que le molesten los pobres. El problema aquí es que, desde hace un tiempo, hay un partido que los viene utilizando para hacer campaña", concluye.

Los resultados de la noche electoral del domingo casi se podían anticipar el viernes y el sábado charlando con los vecinos más próximos a la iglesia: muchos votarán a Vox, otros tantos temen que su ascenso solo sirva para aumentar las tensiones en el barrio. El lunes todas las fuerzas políticas se señalaban unas a otras como responsables del buen resultado de la ultraderecha española. Como en Catalunya, interesa el tacticismo que la verdadera política: una puerta abierta a todo tipo de conflictos de convivencia en los que el fascismo, allá donde campa, se maneja como pez en el agua. Hoy son los separatistas, los inmigrantes, los homosexuales, los pobres o los menores no acompañados; mañana seremos usted o yo. Porque cuando la política empieza a repartir carnets de buenos y malos españoles, de patriotas y de traidores, todo lo que viene después es un monstruo difícil de contener y muy fácil de provocar así que, al menos mientras puedan, disfruten lo votado.

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