TEMOS QUE VOLVER ser, máis que nunca, o PPdeG, o de Galicia". Esta frase la pronunció esta misma semana un notable de los populares gallegos que, tras conocer los resultados electorales del 26-M, ya empezó a trazar la estrategia para las autonómicas de 2020. Defiende que, tras años de coqueteo y compadreo con Génova, especialmente durante la presidencia de Mariano Rajoy y mientras Alberto Núñez Feijóo mantuvo aspiraciones, es hora de volver a marcar territorio y recuperar la versión más galleguista del partido.
Donde algunos ven una estrategia electoral acertada, otros creen que directamente se trata de un recurso de supervivencia. Y la razón hay que buscarla en Pablo Casado. El empeño del nuevo presidente del partido en negar su viraje a la derecha, así como su insistencia en resucitar el aznarismo —como quedó demostrado con la designación frustrada de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del Congreso— empieza a preocupar a los barones, como quedó de manifiesto esta semana en la tensa comida postelectoral de Madrid. Pero con el agravante de que el nuevo timonel de los populares empieza a ver fantasmas y amenazas internas por todos los lados, lo que lo está convirtiendo en un dirigente desconfiado, temeroso de que le muevan la silla y cada vez más rodeado de sus pretorianos. Y si el PP no escucha a sus territorios, está condenado.
→ Cordón sanitario a Madrid
El mejor ejemplo de lo que está ocurriendo en Génova es la celebración por todo lo alto de los resultados de Madrid, una derrota sin paliativos que Casado pretende convertir en triunfo apoyándose en Cs y Vox. A su entorno parece darle igual lo que ocurra con Murcia, Castilla y León, Aragón... Si tienes Madrid, eres Dios en la política española. Una reflexión totalmente equivocada.
El centralismo mediático y político con el que bombardearon a la periferia española en los últimos años, y que ahora parece abanderar el PP de Casado, empieza a hartar. Si a ese factor se suma el desprecio que siempre ha exhibido Ciudadanos por las comunidades históricas y el nuevo afán recentralizador de Vox, que directamente apuesta por suprimir las autonomías, el resultado es una reacción de la periferia contra el centro. Se vio con el auge del nacionalismo en Euskadi y Cataluña y con su recuperación en Galicia, pero también con la entrada de más partidos en el Congreso. Figuras no nacionalistas pero sí regionalistas, como Revilla en Cantabria, funcionan a la perfección en este escenario.
Y es ahí donde algunas voces dentro del PPdeG enmarcan el camino que debe seguir el equipo de Feijóo. Recuperar la versión más galleguista del partido ante las agresiones externas puede incluso reconectar al PP con algunos votantes jóvenes, al tiempo que es una filosofía que no molesta al votante tradicional. Se trata, en definitiva, de establecer un cordón sanitario, ahora que están tan de moda, pero con Génova.
→ El vaso medio lleno
Y es que el PPdeG bajó en las elecciones municipales, pero las ganó y resistió mejor de lo que lo hizo el partido en el resto del país. Yo mismo fié el futuro de Feijóo a lo que ocurriese en las urnas el pasado domingo y, ahora, la sensación es que en el PPdeG prefieren ver el vaso medio lleno. Es cierto que los resultados no sirven para tocar poder urbano, pero sí que valen como base para llegar vivos a las autonómicas, que es algo meritorio en el contexto actual.
El PPdeG tampoco debe caer en el optimismo irreal de pensar que la dinámica electoral de 2015-2016 se repetirá, ni apelar a la heroica de recuperar la Xunta en 2009 sin ninguna gran alcaldía, porque entonces tenía dos diputaciones y esta vez se puede quedar sin ninguna. Pero de momento, el hecho de que no haya movimientos sucesorios se interpreta como la continuidad de Feijóo. Este factor, sumado a la resistencia electoral del 26-M, alimenta las esperanzas de cara al año que viene.
→ La pereza de Mariano Rajoy
Eso sí, también en el PPdeG hay quien se acuerda estos días de Rajoy, el presidente que tuvo la última gran mayoría absoluta y que no la aprovechó para cambiar la ley electoral favoreciendo el gobierno de la lista más votada. Nunca la pereza del presidente le salió tan cara al partido en Galicia.
Y entonces ahora... ¿quién le clava el cuchillo a Villares?
TRAS EL 28-A había mucha prisa por decapitar a Luís Villares como portavoz del grupo parlamentario de En Marea. Algunos socios, especialmente Podemos y EU, llevaban tiempo afilando el cuchillo y solo la cordura de algún diputado, temeroso de que la sangre salpicase a la unidad popular a las puertas de las municipales, aplazó el sacrificio político del líder al que años antes fueron a rogarle que los representase. Pero ahora, el 26-M los retrató a todos. Tanto, que ya nadie tiene valor para blandir el cuchillo, por muchas órdenes que lleguen de Madrid. La imagen de Villares esta semana en la Cámara fue la de un político abatido y solo. La de sus conspiradores, también.