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Batallas

Mientras Cataluña acapara los focos a nivel nacional, Lugo pelea por la supervivencia
Solidaridad. J. M. ÁLVEZ
photo_camera Solidaridad. J. M. ÁLVEZ

HUBO ESTA SEMANA en varias ciudades gallegas, el día que se conoció la sentencia sobre el Procés, concentraciones de apoyo a los independentistas condenados por el Tribunal Supremo. En esas manifestaciones, los presentes reclamaban "solidaridad" con el pueblo catalán. Aunque la desobediencia civil fue en su momento un motor innegable de avance para los derechos sociales, y aún pensando que estamos en la actualidad en un momento de retroceso para las libertades de la gente, he llegado también a la conclusión de que un ejercicio democrático realmente efectivo es difícil en ausencia de un orden.

Puedo estar equivocado, sin duda mis argumentos pueden ser cuestionados por quien piensa de forma diferente, pero creo que cuando alguien se salta las normas por las que todos nos regimos en nombre de la democracia, poco o nada contribuye a consolidarla. Si se rompe la baraja, en ausencia de la ley, casi siempre gana el más fuerte. Y eso, insisto, es poco o nada democrático.

Puede que no tenga mucho ver una cosa con la otra, pero al escuchar esos gritos que reclamaban "solidaridad" con Cataluña, me vino a la memoria otro episodio mucho menos difundido que las algaradas que se están produciendo en el centro de Barcelona. No es que sea rencoroso, pero tengo memoria. Recordé aquellas palabras de Artur Mas en abril de 2012, durante una sesión de control en el Parlament, cuando dijo que en España había "dinero para el AVE a Galicia, pero no para Cataluña".

O aquella iniciativa defendida en mayo de 2013 por un diputado de CiU en Bruselas para explicar que la inversión en el tren de alta velocidad a territorio gallego no tenía cabida en la Estrategia Europa 2020, centrada en el "uso eficiente de los fondos públicos". Todo un alarde de generosidad por parte de quien ya llevaba muchos años disfrutando de ese y de otros muchos servicios que aún hoy no tenemos aquí.

Estos últimos días se ha hablado mucho de la «batalla campal» que se está produciendo en algunas calles de la ciudad condal. Me ha dado por pensar que, entretanto, mientras todos los focos apuntan hacia Cataluña, aquí en Lugo estamos librando nuestras propias contiendas. Como siempre, además, al límite de la supervivencia. Y aún así, como habitualmente nos comportamos, dentro de los límites de las más escrupulosa corrección. Somos así. Pocas veces levantamos la voz y no estamos acostumbrados a dar golpes encima de la mesa.

Hubo que pelear para tener unos servicios sanitarios completos, con Hemodinámica y Medicina Nuclear en nuestro hospital de referencia. Seguimos luchando para tener una autovía que nos conecte con Santiago, después de treinta años de promesas rotas, y todo el dinero que nos ha llorado el nacionalismo catalán aún no ha servido para que la alta velocidad llegue a esta ciudad. Hasta para conectar a la red eléctrica un auditorio terminado hace más de dos años hay que batallar. Todo parece aquí un poco más difícil. Nada nos viene dado. Nada cae del cielo.

Lo peor es que ahora nuestra cruzada ya no está orientada a conseguir lo que nunca hemos disfrutado. Ahora tenemos que pelear para no quedarnos sin lo que ya teníamos. Caminan sobre el alambre dos grandes industrias que dan trabajo a mucha gente. Vemos como se están desmantelando nuestros servicios ferroviarios, al tiempo que mejoran las prestaciones en el Mediterráneo. A lo mejor es el momento de pedir "solidaridad". Seguro que no vamos a hacerlo. Aquí hemos aprendido, hace ya mucho tiempo y por las malas, que cada quien libra sus propias batallas y, por supuesto, a su modo. Además, como los espartanos de ‘300’, sabemos hacerlo casi oscuras, sin tantos focos para iluminarnos el camino.