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No se queje usted de una mala Navidad

SI ES USTED, amada señora, de las que pasará otra Navidad en crisis, como yo, le juro que se sentirá reconfortada tras acompañarnos en el análisis de esta carta escrita por el Padre José Francisco de Isla en 1760. Para no extendernos mucho, digamos solamente que el tío era un jesuita erudito, novelista, teólogo y humanista que pasó una larga temporada en Pontevedra. La carta fue escrita a su cuñado, fechada en Vilagarcía a 4 de enero de 1760 y en ella cuenta lo acontecido en aquella Navidad de 1759 que acababa de vivir. Empezamos, tras advertir que la carta es real, aunque parezca salida de un relato de ficción.

"Amado hermano y amigo: ya discurría yo que no llegaría el correo correspondiente a la carta de esta semana, porque también aquí la tuvimos con más de un día de atraso. Ya ha vuelto a su curso regular, aunque no sé si durará mucho, porque no acaba de asentarse el tiempo, en que hace un mes no cesa de llover con una furia y con una continuación nunca vistas".

Hasta aquí, la cosa no parece de momento muy grave. Un anticipo del cambio climático, si acaso. El correo se retrasaba y llovía con furia y sin descanso. Pero poco a poco la Navidad se le fue complicando a nuestro admirado religioso:

"El terremoto que se sintió aquí la víspera de Navidad, también parece que llegó a A Coruña, y es natural que se hubiese extendido por toda la costa. María Francisca me habla de él muy ligeramente, y con la misma brevedad toca las dos muertes sucedidas en el día después, sin expresar quiénes fueron las infelices víctimas, quiénes los agresores, ni cuál fue el motivo".

Ahora, aparte del retraso en el correo y la furiosa lluvia, tenemos también un terremoto y dos asesinatos. Uno o más asesinos andan sueltos, pero las desgracias apenas acaban de empezar. Sigue Francisco de Isla:

"Nuestros huéspedes se retiraron a sus respectivos colegios de Valladolid el día después de la Circuncisión, habiendo tenido unas Pascuas bastantemente divertidas, pero muy encerradas como todos los demás, que en todo el mes de diciembre no hemos podido salir de casa".

Encerrados en casa, con un temporal interminable, sin correo, el Padre Isla y sus amigos circuncidaron a sus huéspedes, con toda seguridad seminaristas que se encontraban de visita, pues dice que volvieron a sus colegios. ¡Pero ellos se lo pasaron muy bien! Seguramente, el aburrimiento los llevó a circuncidar a sus invitados, y a éstos les pareció bastantemente divertido, o esa impresión tuvo el Padre Isla. El hecho de que todos los invitados se largaran a Valladolid al día siguiente de la circuncisión a pesar de la tormenta, no obstante, nos hace pensar que no les debió parecer tan divertido. Probablemente fingieron que lo habían pasado bien y escaparon a Valladolid ante el temor a ser castrados o degollados. La cosa no acaba aquí:

"Estamos todos muy condolidos e igualmente consternados con la fatalidad del P. Joseph Díez, electo Rector de Pontevedra. Volvíase de Valladolid a Salamanca para tomar el camino de su gobierno, y la víspera de Navidad, ya de noche, se ahogó en el río, o en el arroyo de Travancos. El macho en el que iba montado dio la primera noticia, porque él por sí solo se presentó en la puerta de la casa (...)".

O sea, que aún por encima, el rector de Pontevedra, intentó cruzar un arroyo montado sobre un macho, un modo de viajar que seguramente usted no conocía. Quizás el macho sobre el que iba montado no estaba de acuerdo en cruzar el arroyo con un rector montado sobre él, manera además impropia e indecorosa de cruzar un arroyo.

Recapitulando: durante aquellas navidades de 1759, una lluvia continuada y furiosa cayó sobre Galicia. Un terremoto asoló sus costas, hubo dos asesinatos, los invitados tuvieron que escapar a Valladolid tras ser circuncidados y el rector de Pontevedra murió al

intentar cruzar un arroyo montado sobre un macho. Y por si fuera poco, el correo no llegaba. Cierto es que mis conclusiones tras una primera aproximación a la carta pueden ser precipitadas. El Padre Isla y sus compañeros no circundaron a sus huéspedes, o eso espero. Celebraron con ellos la circuncisión de Jesús, que es otra cosa, de ahí que lo pasaran tan bien, pues en los conventos jesuitas, como en los otros, no habrá demasiadas oportunidades de celebrar algo. También es de suponer que el rector de los jesuitas de Pontevedra no murió al cruzar un arroyo montado sobre un macho, o sí, pero no en el sentido en que la mente calenturienta de usted se lo imaginó. No se trataba de un humano varón, sino de un asno. Era corriente que a un asno se le llamara macho. Pero a fin de cuentas el pobre hombre murió; la lluvia interminable también ocurrió, como el terremoto y los asesinatos. Y el correo, no lo olvidemos, no llegaba.

Por eso, por muy malas que se presenten estas fechas, si es que tal es su caso, Dios no lo quiera, nunca serán tan malas como las del Padre Isla en aquellas aciagas fi estas de 1759. ¡Levántese y ande!