Blogue | Galicia histérica

Los milagros de la Virxe dos Ollos Grandes

Curaba, según la relación de Juan Pallares, brazos doloridos, insomnio, brazos doloridos de gente con insomnio, la tisis de una monja, en fi n, todos los males

Coincido plenamente con José de Cora en que Argos Divina debiera ser lectura obligatoria. En el libro se cuenta la historia de Nosa Señora dos Ollos Grandes y es entretenidísimo de principio a fi n. Estiloso, didáctico, más o menos serio en lo referido a las fuentes que menciona e imaginativo en los pasajes que ficciona como si fueran verdad, algo que por otra parte estaba de moda entre la época en que se escribió (1667) y se publicó (1700) cuando el autor, Juan Pallares y Gaioso, estaba irremediablemente muerto, por lo que la publicación corrió a cargo de un hermano y un sobrino.

Es curiosa, por ejemplo, la relación de los milagros en que la citada Virgen intervino. A Miguel Pelicer, hasta el nombre del suplicante tenemos, le habían amputado una pierna. Miguel iba por Lugo sin su pierna, que estaba enterrada no se sabe dónde. Eso fue en 1635. Miguel iba a diario a visitar a la Virgen y a untarse el muñón que estaba cuatro dedos debajo de la rodilla con aceite de las lámparas de la capilla de Nosa Señora dos Ollos Grandes. Así pasaron dos años durante los que nada nuevo sucedió hasta que una noche, concretamente la del 29 de marzo, Miguel Pelicer soñó que la Virgen le decía que le devolvería su pierna, lo que sucedió. Al despertar, la pierna estaba en su sitio, como el pie, pero éste vuelto hacia atrás, es decir, al revés y con los dedos encogidos.

Así que Pelicer acudió a la catedral, se subió al altar y ante todos los presentes el pie volvió milagrosamente a su lugar, algo de lo que nos alegramos y así el propio Miguel Pelicer, que en adelante siguió acudiendo a diario a la capilla para dar las gracias. Según Juan Pallares, autor de Argos Divina, todo Lugo coincidía en que la pierna no era una nueva, sino la misma que le habían amputado, como si el detalle tuviera mayor importancia.

Era Santa María de Lugo, y supongo que seguirá siéndolo, una Virgen con fama de milagrera. Curaba todo tipo de dolencias comunes, como la gota de un sacerdote o la mano hinchada de otro, que tras hacerse una cruz con el aceite milagroso se le deshinchó la mano y el hombre, por supuesto, se puso a pregonarlo a voz en grito.

Curaba, según la relación de Juan Pallares, brazos doloridos, insomnio, brazos doloridos de gente con insomnio, la tisis de una monja, en fin, todos los males. Mi milagro preferido de todos es como para hacer una peli tipo El exorcista: un vecino de Lugo del que solamente sabemos que vivía cincuenta años antes de que Pallares escibiera el Argos Divina, le perseguía un duende, y así llevaba varios días, que como no nos dice cuántos pueden ser tres o treinta, según decida el guionista. Como está usted imaginando, ello causaba en el ánimo del señor la lógica incertidumbre y una inmensa desazón. Lo que nos ocurre a todos cuando nos persigue un duende, vaya. Así que el buen hombre encargó una misa en la capilla de Nosa señora dos Ollos Grandes y el duende desapareció para siempre. Eso con unos efectos especiales y un buen niño actor que haga de duende funciona sí o sí.

Para reforzar su tesis del carácter milagrero de esta Virgen, el propio Juan Pallares y Gayoso nos cuenta en Argos Divina que él mismo fue beneficiado de uno de ellos, pues estando una vez a las puertas de la muerte, ya desahuciado y recibidos los santos sacramentos, se quedó dormido un rato y despertó curado.

Bien, refiere el autor tras poner una docena de ejemplos de milagros obrados por la Virxe dos Ollos Grandes, que cada día se producían milagros de los que se beneficiaban "otras muchas personas" y añade que si alguien los pone en duda, hay que recordar el Concilio de Trento, según el que bastaban dos testigos de la casa, domésticos les llama, se entiende que gente cercana o miembro de la familia, o un testigo "fidedigno", que es quien no tiene nada que ver con el beneficiario del milagro. En caso de que fuera la propia persona sobre quien se obraba el milagro, bastaba con su propio testimonio. Afortunadamente, no mucho después la propia Iglesia, principalmente por obra de los jesuitas, algunos de los cuáles se dedicaban a desmontar supercherías, empezó a ser consciente de que dar por bueno cualquier milagro inducía a los fieles a la desconfianza y el descreimiento, por lo que se empezó a aplicar cierto rigor en el análisis de estos testimonios que, de milagro, fueron desapareciendo.

Comentarios