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El milagro del crucifijo en la catedral de Lugo

Del asunto se ocuparon algunas de las mentes más cultivadas del momento: desde el padre Jerónimo Feijóo, excelente religioso y científico, hasta el abad y físico francés Noël Aintone Pluche en su obra 'Espectáculo de la naturaleza'. Fue en su época un milagro muy estudiado y muy discutido, puede que uno de los primeros cuestionados desde la propia Iglesia, harta de reconocer como milagros lo que no lo eran.

Rodrigo CotaDecía la leyenda que los canónigos de la catedral de Santa María de Lugo estaban tan entregados a su oficio y pasaban tantas horas practicando la oración que se constipaban, por lo que Jesús decidió animarlos. Así, cada vez que sonaba una de las campanas, un crucifijo de madera que se encontraba en una reja que protegía la capilla de la Virgen de los ojos grandes, así llamada, imagino, por tener los ojos grandes, el crucifijo, digo, se movía balanceándose de lado a lado como si estuviera bailando al ritmo de la campana.

El pueblo, llamado por los eruditos "el vulgo" o "la plebe" creía mayoritariamente en el milagro, mientras la ciencia lo negaba. El caso es que sí, cada vez que sonaba la campana el Cristo bailaba, algo que nadie nunca negó. Así que los lucenses y gentes de todas partes acudían al lugar a presenciar el milagro. El padre Feijóo escribió un ensayo negando que aquello fuera obra divina. Lo hizo en sus ‘Cartas eruditas y curiosas’, obra de cinco tomos publicada entre 1742 y 1760, pero mucho antes, en 1708, otro francés, Emmanuelle Navarro ya se había ocupado del tema en su tratado 'Prolegomena de angelis', así como algo después el lucense Gayoso, obispo de Lugo, quien se mantenía en dudas y apenas aceptaba las explicaciones de la ciencia, casi dando por hecho que aquello era un milagro.

O sea que la polémica duró cosa de medio siglo o más. El padre Feijóo, que no visitó el lugar, exponía dos teorías: una que las vibraciones del sonido de la campana transportadas por el aire fueran las causantes del efecto, aunque posteriormente descartó esa opción al enterarse de que habían quitado el badajo a la campana para que no sonase y el Cristo seguía bailando; la otra teoría que presentaba, con la que se quedó al finas, decía que una de las paredes las paredes del campanario estaba en contacto con el crucifijo: "La campana está contigua a su estribo, éste a un madero, el madero a la torre, la torre al arco, el arco a la columna, la columna a la reja, la reja al crucifijo. Luego, a la agitación de la campana, todo se mueve".

El caso es que sí, cada vez que sonaba la campana el Cristo bailaba, algo que nadie nunca negó

Nunca sabremos quién tenía razón, si los feligreses o los hombres de ciencia. En algún momento, puede que a partir de finales del siglo XVIII, todo fue cambiando: la campana, la reja, el crucifijo. Ya nada queda de aquello y es una desgracia. Fuera efecto de un milagro, de la arquitectura o de la naturaleza, ese Cristo tendría que seguir ahí bailando para los fieles y los curiosos y la discusión no tendría que haber acabado jamás. Puede que algún estudioso de la historia de la Catedral pudiera informarnos y darnos noticia de cuándo se sacó aquello de ahí y por qué. Imagino que con eliminar el crucifijo de la reja, la cosa tuvo fácil solución.

Fuera como fuese, los científicos se equivocaron. Su miedo, manifestado tanto por Feijóo, como por el abad Pluche y Emmanuelle Navarro, era que un falso milagro convirtiera en infieles a los creyentes. Si creemos que todo es milagroso, los verdaderos milagros quedan opacados y las gentes de mala fe utilizarán el caso para sostener que nada es un milagro, venía diciendo el abad francés.

Una pena, digo, que no siga todo en su lugar original: la campana contigua a su estribo, éste a un madero, el madero a la torre, la torre al arco, el arco a la columna, la columna a la reja, la reja al crucifijo. Podríamos seguir viendo al Cristo bailando cada vez que sonara aquella campana y creer o no creer en un milagro, que buena falta nos hacen, pues en todo caso, que un crucifijo se mueva porque suena una campana muchos metros más arriba, si no es un milagro de Dios es un milagro de la ciencia y eso es lo que no supieron ver todos los eruditos que escribieron concienzudos ensayos para esclarecer la cuestión.

La religión y la ciencia nunca se han llevado bien, pero si hubo alguna vez un caso en el que podían haber llegado a un acuerdo, fue éste. No se le roba a un pueblo un milagro y hoy ni siquiera nos acordamos de éste, lo que es una desgracia. La memoria popular es frágil a veces, como las tradiciones orales. Cuando el Cristo dejó de bailar, al poco, todo el mundo lo olvidó y eso es una desgracia. O sea que como no podemos ver el milagro, yo creo en él y en el pueblo, no en los científicos, por muy religiosos que fueran.

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