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Daño no nos hará Dios

"Non creo en Deus nin para negalo", me dijo hace muchos años un señor en una barra del bar en una romería multitudinaria

Cuando Sabino Torres, que tenía mucha más altura intelectual que física y mucho más grosor también, estaba muriendo y lo sabía, su hermana Carmen Torres, mujer admirable y devota, le preguntó si al llegar el fatídico momento podrían ofrecerle una misa en la basílica de Santa María la Mayor, en Pontevedra. Torres, editor, escritor y periodista descreído, luchador nervioso, tremendo pensador y excelso narrador, rebelde hasta rozar las líneas rojas del franquismo, ateo militante, le dijo a su hermana: "Bueno, total, daño no me va a hacer esa misa". Y se celebró la misa. Creo que buena parte de los que estuvimos ahí llevábamos años y años sin entrar en una iglesia en horario de culto y no lo hemos vuelto a hacer desde entonces.

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Imagino que Sabino Torres, enorme conocedor de la cultura de nuestro país, sabía que al acceder a esa última petición de su hermana, estaba haciendo honor a una tradición secular muy propia de Galiza: el tratamiento de la muerte, el paso al más allá, un culto que en Galiza es tan antiguo que nadie sabe dónde ni cuando empieza y que está lleno de rituales, de liturgias, de fusiones culturales. A su manera, Torres hizo lo mismo que se lleva haciendo aquí desde siempre.

En la Edad Media y hasta hace no mucho tiempo, los testamentos dedicaban una larguísima introducción en la que el testador, que es la persona que dicta sus últimas voluntades, tras afirmar que se encontraba en pleno uso de sus facultades, cosa tan importante entonces como hoy, que estoy llenando esto de subordinadas y agradezca usted que no me vaya luciendo con los gerundios, cosa que ya estoy haciendo y ya me perdí o sea que voy retomando el hilo, continúo, con su permiso. El testador, pues, alababa a Dios, a la Santísima Trinidad, a Cristo, al Evangelio. En muchos casos lo hacían por la misma razón por la que Sabino Torres autorizó su misa, que no le llamo funeral porque creo que no lo fue: porque daño no les haría.

A ver, que un conde que había secuestrado a un abad para meterlo en una jaula en el salón de su castillo, como hizo Pedro Madruga y como hacían todos los señores feudales a la primera ocasión, dedicara el primer tercio de su testamento a agradecer a Dios que le diera la muerte, no cuela. Eso es un "Bueno, total, daño no me va a hacer esa misa" de manual. Querían agradar a su hermana, como Sabino Torres, pero a diferencia de él también intentaban, colara o no, que nadie pudiera hablar de él o de ella como un hereje que no puso su alma a disposición de Dios, cosa que a Sabino Torres me parece a mí que no le preocupaba demasiado. Eran otros tiempos, pero en algunas cosas no muy diferentes.

Si Sabino Torres hubiera sido un señor medieval gallego, secuestraría a un abad o a un obispo, conmigo como escudero y luego me dictaría un testamento en plan: "Bueno, total, daño no me va a hacer", que yo escribiría con devoción. El caso es que tradicionalmente en este país se ha temido más a Dios que a la Iglesia, y eso viene de tradiciones y creencias ancestrales que todavía a fecha de hoy siguen bombeando nuestras venas más que nuestro cerebro. Por eso en Galiza, como en ningún otro país, salvo en los pueblos celtas que adoptaron nuestra cultura en Irlanda, en Escocia, en Inglaterra (sí, en Inglaterra), en Gales y en la Bretaña francesa, las tradiciones paganas conviven con las cristianas y todos somos un poco como Sabino Torres: "Non creo en Deus nin para negalo", me dijo hace muchos años un señor en una barra del bar en una romería multitudinaria y tradicional, mientras procesionaba la Virgen.

Es la tradición correcta, o no, pero sí la más atávica, la de antes del cristianismo; la que con el paso de los siglos fue evolucionando poco a poco hasta estos tiempos; la que conecta directamente a los pueblos galaicos con Sabino Torres, que a su vez nos conecta, si sabemos entenderlo, con un futuro que está a la vuelta de la esquina. A ver, que Sabino Torres fue el que montó Litoral, empresa con la que editó la Colección Benito Soto.

Benito Soto, lo sabe usted, fue el último pirata europeo. Nunca leí su testamento y no creo que exista, que cuando lo ahorcaron en Gibraltar no le pidieron papeles ni le prestaron asistencia jurídica. Su herencia, dicen las leyendas fue encontrada en sótanos de Pontevedra y en playas andaluzas cuando la marea iba desenterrando las monedas de plata enterradas bajo la arena.

El caso, que es a lo que íbamos, que se me distrae usted una y otra vez y no me deja escribir una página a derechas, es que a la hora de la muerte, por resumir, nadie rechaza a Dios porque total daño no nos va a hacer.

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