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Pescaítos y tiburones

NO SÉ cómo se mide la salud mental de un pueblo. La inclinación a convertir ciertos de crímenes en espectáculos puede ser un indicativo de que algo no está bien.Puede que los ciudadanos españoles necesiten disipar tanta presión a la que están sometidos desde hace años. Quizá tenga algo que ver con esa otra costumbre de sacar lazos a todas horas, en todas ocasiones y por todas las causas. Queremos que las cosas se arreglen y creemos que sacar el lazo de turno ayudará a resolver los problemas, como sacar un santo en procesión o bendecir un ramo para desprendernos de un meigallo. España es el reino de los lazos. Cada día aparece un lazo nuevo. La escala cromática se nos va de las manos.

El último caso fue el del pobre Gabriel. «Todos somos Gabriel». Antes habíamos sido Diana Quer, Asunta o Charlie. España entera se pobló de millones de gabrieles y de pececitos. El fenómeno no puede achacarse únicamente a la empatía. No parecían muy empáticos el centenar de gabrieles que intentaron linchar a la asesina confesa a las puertas del cuartel donde estaba detenida, en lugar de quedarse en sus casas viendo ‘Superestructuras nazis’. Tampoco lo parecían los gabrieles que en las redes sociales ponían un pececito como avatar y luego proponían pegarle un tiro a «la puta negra». No dejó de ser una colosal manera de insultar a la memoria de Gabriel, según se dice, un niño bueno que seguramente de haber tenido la oportunidad de convertirse en un adulto, jamás hubiese intentado linchar a nadie.

Los crímenes van por modas y en este caso la moda fue monumental. Hubo cadenas de televisión que convirtieron su parrilla en una sucesión de monográficos sobre Gabriel. En la pantalla se abrían ventanas en las que veíamos a reporteros con micrófonos que hablaban y hablaban aunque no tuvieran nada que contar. Iban montando tramas paralelas en el pueblo donde desapareció el niño, en la finca de no sé dónde, en Burgos o en Almería. Los presentadores iban dando paso una y otra vez a los reporteros: «La comparecencia de la acusada ante el juez estaba prevista para las 12, pero no sabemos si ha comenzado ya». Y así, una y otra vez nos informaban de que no había nada nuevo, pues los crímenes no se resuelven en ritmos televisivos.

En los últimos tiempos siempre sucede igual. De pronto, una desaparición acapara la atención de toda España y nos quedamos prendados, como si fuera la primera vez. Hay ya un grupo de padres y madres mediáticos de niños asesinados, al que no pertenecen, lógicamente, los cientos o miles de padres de niños o niñas muertas o desaparecidas cuyos casos no acapararon en su día la atención de la prensa, que sólo puede poner de moda una desaparición cada vez, dejando las demás de lado. Los padres de Diana Quer o de Mari Luz Cortés tienen todo el derecho del mundo a reclamar aquello que consideren. Faltaría más. Otros padres también tienen ese derecho, pero aunque lo quieran ejercer no hay medio en España que lo vaya a cubrir porque los de sus hijos no fueron crímenes de moda y a nadie le interesa lo que piense un desconocido que ha perdida a un niño. Según datos de Interior, de este mismo mes, hay ahora mismo unos 1.300 menores desaparecidos en España, de los cuales más de 200 casos son considerados «de alto riesgo».

Con el amarillismo ya no distinguimos la información del puro morbo

El otro día en el Parlamento, los políticos discutían sobre la prisión permanente revisable como si Ana Julia Quezada hubiera matado a Gabriel para centrar el debate. El amarillismo se mete en nuestras vidas y en nuestros medios y ya
no distinguimos la información del puro morbo. Judith Redondo, hija de Ana Julia Quezada, otra víctima más, tuvo que ser ingresada con un ataque de ansiedad al conocer la noticia de la detención de su madre, mientras Burgos, donde vive y trabaja, se llenaba de cámaras de televisión que dedicaban días a perseguirla. Querían convertirla en parte de la noticia, integrarla en un escenario que necesitaba cada vez más carnaza para alimentar el hambre de millones de espectadores que más que pescaítos se habían convertido en tiburones.

La desaparición de un niño y su asesinato como espectáculo televisivo. Eso es lo que hemos comprado. Mientras, centenares de padres viven cada día angustiados por la pérdida de sus niños sin que nadie les haga el mínimo caso, llamando a todas las puertas sin que ninguna se les abra porque sus hijos no pertenecen al selecto grupo de los casos famosos. Para el público es más fácil y más cómodo identificarse con un padre y una madre que con 400. Y para los medios es mucho más barato y mucho más rentable la explotación masiva de un sólo caso que la cobertura informativa razonable de una docena.

Todavía quedan unos días de Gabriel. Luego volveremos a Catalunya o a lo que surja hasta que alguien decida cuál será la próxima desaparición de moda que nos presentarán como espectáculo y que compraremos encantados.

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