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Frioleros

Un hombre se refresca este sábado en una fuente. EFE
photo_camera Un hombre se refresca este sábado en una fuente. EFE

Esta ola de calor que hemos sufrido esta semana y las que vienen me recuerdan mucho a mi infancia, aunque por aquella época el cambio climático ni se anunciaba. Nadie nos contaba que de seguir así destruiríamos nuestro hábitat y que vendrían los deshielos, las inundaciones, las sequías y todas estas calamidades que estamos sufriendo hoy. Y cuando alguien, normalmente una persona tímida, nos anunciaba este presente que vivimos hoy y que nos hemos labrado con mucho esfuerzo, nos reíamos abiertamente de esa persona y los niños malos le tirábamos cosas y nos mofábamos. Mucho hemos aprendido desde entonces. Hoy vemos cada día que el clima no es como lo recordábamos, que las estaciones ya no se pueden dividir entre invierno, primavera, estío y otoño. Si Valle-Inclán tuviese que escribir sus sonatas hoy, no podría crear al marqués de Bradomín.

En mi infancia, la mayor acusación que se la podía hacer a un niño o una niña era la de ser friolero. Aquello convertía una vida en un infierno. A mí me acusaron una vez de ser friolero e inmediatamente me empezaron a cubrir de ropa de lana, de chaquetas y chaquetones, de calcetines gruesos bajo los botines, de guantes y de gorros. Cuando llegaba el verano y alguien advertía que me faltaba la respiración, inmediatamente llegaba una tía o una madrina para ponerme una bufanda. Estoy vivo de milagro, como tantos niños y niñas de mi generación a los que nos acusaban injustamente de ser frioleros.

Eso era cuando las condiciones climáticas eran regulares. El frío se tenía en invierno y el calor en verano. Las otras estaciones eran de entretiempo, al menos en Galiza. A medida que el calor aumentaba o disminuía, las madres ponían o quitaban ropa, salvo a los frioleros, a los que se nos sobreprotegía sin razón, más que nada porque la mayoría no lo éramos. Éramos inocentes.

Ahora no hay estaciones, las cosechas se anticipan o se retrasan a lo loco y ya no hay gente friolera porque el frío y el calor van y vienen de manera impredecible. Me da pena no ver a bebés o a infantes muertos de calor y rellenos de lana. Los frioleros y las frioleras, tanto los falsos como las reales ya no existen. La expresión que nos acompañó durante nuestra infancia, siempre viviendo al filo de la navaja, pendientes de que alguna señora nos acusara de ser frioleros, carece hoy de sentido. Sépase que cuando acuso de ello a las señoras es porque en aquellos tiempos los padres no se metían en esos asuntos. Jugaban a los dados mientras las madres y sus amigas hacían listas de niños y niñas frioleras. Así era, qué le vamos a hacer.

El cambio climático lo reduzco, para que se entienda bien, a esa infancia en la que nadie sabía de su existencia. Que yo recuerde, los primeros avisos serios llegaron a finales de los 80 y a lo largo de los 90 pero nadie hizo caso hasta hace unos diez años. Si hasta hoy hay quien lo niega. Tristemente, mientras se pierden cosechas por granizadas imprevistas, por inundaciones o por sequías, sigue habiendo imbéciles que niegan que estemos viviendo las consecuencias de un calentamiento global que es palpable, medible, comprobable, innegable. Igual todavía queda en el mundo alguien que acuse a un niño de ser friolero y a 40 grados lo cubra de ropa y lo ponga frente a una ventana para que le dé el sol y entre en calor.

La humanidad nunca ha sido previsora ni madrugadora, le digan lo que le digan los sabios que se ocupan de la antropología. Siempre ha llegado tarde a todas partes, y ha logrado imponerse a base de una inteligencia discutible. A mi entender, siempre han sido más inteligentes las miñocas, pongo por caso, que nunca han provocado una crisis climática que pone en jaque a todo el planeta; o los pingüinos, que son animales muy graciosos que en millones de años de evolución jamás han puesto en peligro la vida de las demás especies.

Era mejor aquella vida en la que lo preocupante del clima era dividir a la infancia entre frioleros y no frioleros. Algunos niños y niñas lo sufríamos y nuestro sacrificio jamás será reconocido ni recompensado porque hoy, cuando el dilema es la supervivencia de la vida en este planeta, el tema no se resuelve poniendo ni quitando gorros de lana, chaquetones y guantes a la infancia friolera. Ojalá. Ya hemos sobrepasado todos los límites, ya no existen las líneas rojas. Hay que inventar un botón para parar esto inmediatamente y poder trabajar durante muchas décadas para recuperar un planeta habitable, que vamos camino de Marte, donde nos enseñan cauces de ríos, hoyos de lagunas y mares que se evaporaron hace millones de años. Si pudiéramos arreglarlo todo abrigando a un niño que tiene calor sería muy fácil. Cuando yo era niño, los problemas climáticos
se reducían a poner gorros y guantes a los frioleros, una especie en extinción.

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