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Septiembre

Cualquier otro año, a estas alturas del estío, buena parte del personal estaría pensando en sus vacaciones. Algunos en el regreso al tajo después de unos días de descanso y muchos otros en las semanas de asueto que, en condiciones normales, le quedarían por delante en pleno mes de agosto. Pero este no es un verano normal. Ni siquiera se le parece. Hasta las ilusiones de la gente están confinadas por culpa de la pandemia. Ocultas tras las mascarillas que esconden sonrisas y mohínes. Empequeñecidas por el miedo, el respeto o la simple precaución ante el riesgo que implica la lucha contra un enemigo silencioso e invisible. Cómo hacer planes cuando resulta casi imposible predecir lo que puede suceder mañana. A dónde dirigir nuestros pasos si en cualquier lugar podemos encontrarnos con problemas sobrevenidos y complicaciones de resultado incierto. Ni siquiera podemos disfrutar de nuestras fiestas. Casi todas han quedado suspendidas o reducidas a una mínima expresión para evocar lo que fueron y, por desgracia, en este momento no pueden ser. Hasta las reuniones familiares están acotadas a unas cuantas personas. El "virus de la duda", como cantó Sabina, se ha infiltrado en las viejas relaciones sociales. No queda otra que adaptarse a la nueva normalidad. Puñetera, aburrida, irritante, precaria, pero lamentablemente necesaria.

Hay gente que ya da por amortizado este verano. Ni las elevadas temperaturas ni el sol que nos acompaña son capaces de calentar cuerpos destemplados por la incertidumbre. Por la desconfianza que generan los nubarrones negros que se perciben en el horizonte. Como esos estudiantes que en la vieja normalidad iban a trancas y barrancas, en aquel tiempo en el que todavía no se había institucionalizado el aprobado general para salir del apuro, muchas familias ya tienen la mirada puesta en septiembre. Como si el mes de agosto que empieza mañana no fuese más que un paréntesis, el prólogo de la dura reválida que nos espera a todos con el inicio de un nuevo curso escolar y laboral. Las dudas y la ausencia de certezas a las que agarrarse solo contribuyen a propagar ese clima de desasosiego y el ambiente depresivo en el que parece sumida una parte nada pequeña de nuestra sociedad.

No es para menos. Los brotes de coronavirus se suceden en nuestro país y todo el mundo teme las consecuencias de un nuevo confinamiento que nadie descarta de forma taxativa. Miles de personas continúan inmersas en expedientes temporales de regulación de empleo y muchas ni siquiera saben si podrán reincorporarse con garantías de futuro a sus correspondientes puestos de trabajo. Hay negocios que recogen en estos meses lo que siembran durante el resto del año, pero la cosecha de esta campaña ha sido tan pobre que difícilmente les alcanzará para mantener sus puertas abiertas. Autónomos y pequeñas empresas hacen números para sobrevivir más allá del verano. Se anuncia una profunda crisis económica que ya deja percibir su fétido aliento antes de enseñar los dientes.

En esas andamos, y con muchas familias preocupadas por lo que sucederá con sus hijos cuando comiencen las clases. Si es que realmente llegan a empezar. Los sindicatos siguen en pie de guerra y censuran el protocolo elaborado por la Xunta de Galicia para el inicio del período lectivo, porque consideran que no garantiza la seguridad ni de los alumnos, ni de los profesores ni del personal que trabaja en los centros. Critican las lagunas de la norma y que no se invierta lo suficiente en adaptar los espacios de los centros a la nueva realidad y en la contratación de más profesorado para hacer frente a las necesidades.

A día de hoy, nadie sabe si los alumnos recibirán clase en las aulas, si tendrán que adaptarse a una enseñanza con una parte presencial y otra telemática o si, en el peor de los escenarios, las actividades lectivas quedarán limitadas a los cuatro bordes de una pantalla de ordenador. Y si es así, cómo podrán arreglarse las familias con menos recursos o aquellas otras que viven en zonas sin una cobertura decente. Tampoco está nada claro como funcionarán otros servicios básicos para la conciliación de la vida laboral y familiar, como son los propios comedores.

El mes de septiembre está a la vuelta de la esquina. Ojalá este agosto fuese más largo.

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