Blogue | Patio de luces

Progresivos

Decisiones aparentemente sencillas se complican a veces por un exceso de información

PENSÉ QUE SERÍA MÁS SENCILLO. Algo rápido. Llegar, probar, pagar y marcharse. Pobre incauto ignorante de cuestiones optométricas. Uno no llega a darse cuenta de lo limitados que sus conocimientos sobre algunos aspectos cotidianos de la vida hasta que se ve metido en un berenjenal de estas dimensiones. Hasta la rabadilla. Todo comenzó de una forma inocente, con una llamada de la madre que me parió. En su última visita, el oculista le recomendó que cambiase de gafas. Que se comprase unas altiparras con lentes progresivas. De esas que permiten que mejorar la visión de cerca y de lejos, todo concentrado en una misma prótesis ocular. Primero fue a mirarlas ella sola, pero al final acabó por pedirme que la acompañase. No le di mayor importancia. Supuse que necesitaba una segunda opinión antes de gastarse en unos anteojos casi el doble de lo que cobra al mes, de media, un jubilado de Lugo. Por alguna razón que no llego a comprender, hay padres que piensan que los estudios universitarios de sus hijos les otorgan un saber universal, casi enciclopédico, sobre todo tipo de asuntos. La realidad es bastante más prosaica, menos emocionante. Uno aprende algo sobre lo suyo, y gracias. Ni siquiera una mínima parte de todo lo que debería conocer en relación con su propia profesión. Lamentablemente.

Me percaté demasiado tarde de que el asunto no iba para prisas. Sentados en la primera óptica que visitamos, una amable dependienta nos explicó que, con la graduación de mi madre, el catálogo de productos iba desde los doscientos hasta los mil cuatrocientos y pico euros. Ayudada por imágenes de ordenador, con el apoyo de la tecnología punta de toda la vida — un papel y un bolígrafo—, se esmeró para aclararlos la diferencia ente unas lentes y otras. En las más sencillas, al parecer, las aberraciones ópticas en los laterales son mayores, de modo que la calidad de visión es inferior. A medida que vamos subiendo de gama, y de precio, el campo visual se hace más grande y, por lo tanto, la nitidez es mayor sea cual sea la posición del ojo. Hasta ahí, todo correcto. Comprensible, al menos. A más pasta, mejor visión y mayor comodidad para el propietario de las gafas.

La cosa no se quedó ahí. Finalizada la primera parte de la exposición, la dependienta empezó a explicarnos que, además del campo visual, a la hora de elegir los cristales de la gafas hay que tener en cuenta otros aspectos, como el tipo de filtro que llevan incorporado para disminuir los reflejos, el tratamiento que llevan para evitar que se rallen o si son de origen orgánico y mineral, lo cual influye en el peso de los mismos. Por otra parte, hay que considerar la conveniencia de aplicar una reducción en los propios vidrios, especialmente en graduaciones altas, básicamente para que no parezca que llevamos un culo de vaso pegado a los ojos. El asunto empezó a liarse. Pero bien. De repente, ya no se trataba de elegir entre una gama alta o una baja. Para hacer una compra acertada, había que fijarse también en la marca de la lente. En este sector también las hay blancas, de empresa, y en comparación con las referencias punteras, la diferencia es tanta como "conducir un Mercedes o conformarse con un Seat Panda". Eso nos dijo.

Al visitar otro establecimiento, por eso de comparar precios y modelos, el asunto se complicó todavía más. Otro vendedor vino a decirnos que sí, pero no. Que a veces, eso de las marcas no está tanto en la calidad como en la publicidad que hacen, de modo que a lo mejor la más cara no aporta mayor calidad. Que no necesariamente es mejor lo que más cuesta. Y eso sin empezar a hablar sobre la montura de las puñeteras gafas, aspecto en el que el gusto de cada individuo se mezcla con todo lo demás. Te entran o no te entran por los ojos, y nunca mejor dicho.

Por si no fuese suficiente cacao, empezamos a hablar de los períodos de adaptación. En un establecimiento el tiempo para acostumbrarse a las gafas es de tres meses y en el otro solo de dos. Al finalizar esas semanas, si el cliente no se adapta al uso de las lentes progresivas, la propia óptica se las cambia por dos pares de gafas, unas de lejos y otras de cerca. Además, descubrimos que hay seguros para ayudar al usuario a tomar una decisión, incluidos en el precio. Los hay estéticos, de modo que si no se siente cómodo con sus nuevas altiparras o, simplemente no le gusta como le sientan, puede devolverlas; pero también hay pólizas asociadas a la compra que cubren defectos de fabricación, rotura o incluso la inadaptación a los cristales bifocales. A punto estuve de preguntar si venían a todo riesgo o a terceros. Al final decidí morderme la lengua. A veces lo más prudente es también lo más inteligente.

De vuelta para casa, mi madre tropezó y se fue de morros al suelo. Un susto y poco más. Lo que la tiró fue una baldosa hundida, casi diez centímetros, a pocos metros del Vello Cárcere. Cansado y cabreado, me dio por pensar que alguien tiene que comprarse unas gafas en el gobierno local de Lugo, para ver de lejos y de cerca. Y de las buenas, aunque para elegirlas tendrá que contratar antes una asesoría externa.

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