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La pierna atada

La igualdad real entre sexos solo será efectiva cuando exista equiparación salarial 

HACE UN AÑO un grupo financiero noruego hizo un experimento, bastante simple en su concepción, para ver cuál era la reacción de los pequeños ante una simulación de la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres en el mercado laboral. Para ello, escogieron a varias parejas de menores, formadas por un niño y una niña. A todos les encomendaron el mismo trabajo. Tenían que recoger y meter en unos recipientes pelotas que estaban tiradas por el suelo. Las había de color rosa y de color azul. Colaboraban entre ellos y, cuando terminaban la tarea, recibían su compensación. Se les mandaba que cerrasen los ojos y se depositaba en sus manos el premio por su esfuerzo. Al principio ambos se mostraban contentos, pero se quedaban visiblemente sorprendidos al comprobar que la cantidad que recibían ellas de chucherías era prácticamente la mitad de la que les daban a ellos por hacer prácticamente lo mismo. Entonces, una voz les explicaba que el motivo de esa discriminación se debía a que las chicas recibían menos recompensa solo por serlo. Todos los chavales que salían en el vídeo reconocían que eso estaba mal, que era injusto y que todo el mundo debía obtener la misma retribución por igual faena. Por eso, al final, los varones aceptaban compartir de forma equitativa sus golosinas con sus respectivas compañeras.

Es evidente que los niños no piensan igual que los adultos. Según un informe que se hizo público esta misma semana, elaborado por el colectivo que agrupa a los técnicos de Hacienda, las gallegas cobran, de media, un 27,5% menos que los hombres. En términos absolutos, esa diferencia en las nóminas se sitúa en algo más de 4.400 euros al año. De acuerdo con las conclusiones de ese estudio, esa situación se debe, fundamentalmente, a que las mujeres ocupan mayoritariamente empleos que son más precarios, peor pagados y con jornadas parciales. Pero también hace referencia a los llamados ‘techos de cristal’, o lo que es lo mismo, a las dificultades que se encuentran ellas por el camino para acceder a puestos de trabajo con un salario realmente alto. Esas categorías laborales están copadas normalmente por hombres, salvo excepciones que apenas representan un tercio de esos cargos. Es esa brecha salarial la que asienta la desigualdad, la cronifica y la hace incurable. Es cierto que va a menos, pero con el ritmo actual harían falta algo más de seis siglos para corregir la situación actual. Es mucho tiempo. Demasiado para resignarse a que las cosas cambien por su propio peso. Sin duda.

Lo que sucede en el mercado laboral es un síntoma de la enfermedad real que padecemos como sociedad. Quién no ha escuchado alguna vez como se calificaba a una mujer de éxito por su apariencia física. Cómo si sus compañeros varones fuesen todos acreedores de cuerpos apolíneos y rostros de perfil griego. En el fondo subyacen la discriminación y las desigualdades que el propio sistema propicia como causas principales de esa diferencia salarial con los varones. Pagarles menos es otra forma de prolongar una relación de subordinación.

El dinero es en cierta medida un vehículo de emancipación. No da felicidad completa, pero sin duda aporta libertad para tomar ciertas decisiones a quien tiene la fortuna de disfrutar de él en cantidad suficiente.

Que los salarios de hombres y mujeres llegasen a equipararse supondría un paso definitivo para la igualdad efectiva. La actual brecha contribuye a perpetuar una situación injusta o a retrasar cambios que son necesarios. Seguramente, también imparables, siempre que no tengamos que lamentar una involución democrática o un retroceso en los derechos civiles que tanto nos ha costado conseguir.

Para que las cosas cambien, es necesario tomar conciencia del problema. Hace poco me hablaba sobre este asunto un conocido con el que me encontré en plena calle. Es funcionario. Me decía que le costaba comprender la situación de la brecha salarial. En su ámbito de trabajo, me explicaba, todo el mundo cobra en función de su categoría, que viene determinada por la nota obtenida en las oposiciones o en los procesos de promoción interna. Su interpretación me dejó pensando. A fin de cuentas, cada uno de nosotros se hace su composición sobre el mundo en función de lo que gira a su alrededor. Se hace necesario, a veces, abrir la mente y dirigir nuestra mirada un poco más allá para ver y para sentir lo que realmente está pasando muy cerca de nosotros.

Soy hombre. Creo que no soy machista. No sé si soy feminista. Nunca me gustaron ni las etiquetas ni tampoco aquellos que etiquetan. Simplemente pienso que no tiene que haber diferencia entre personas por cuestiones de género.

Opino, honestamente, que lo único que debería distinguirnos es el talento y el esfuerzo. En el trabajo y en la vida. Pero también entiendo que, para que eso ocurra, las reglas del juego tienen que ser iguales para todos. La capacidad personal no es suficiente si unos y otros no competimos en las mismas condiciones. No se puede ganar un partido con una pierna atada.

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