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Grano y paja

La pandemia ha creado una especie de corriente de opinión a favor del regreso al medio rural

LA PANDEMIA y las nuevas circunstancias que la acompañan han propiciado que determinadas situaciones personales se hayan convertido en noticia y, por obra y gracia de los medios de comunicación, de las redes sociales e incluso del boca a boca, también en una especie de tendencia. Algo así como una corriente de opinión. No sabría definirlo con exactitud, entre otras cosas porque tengo la impresión de que se trata de una realidad que, al menos de momento, solo se desarrolla en el plano teórico. Alimentada, además, por unos acontecimientos muy concretos. El tiempo dirá. Sea como sea, se está especulando mucho en los últimos meses, después del prolongado confinamiento de primavera y ahora con las nuevas restricciones que limitan nuestra movilidad, con el supuesto interés de muchas familias por asentar su vida en el medio rural. Se comenta que el precio de las casas en las parroquias está subiendo, precisamente porque ha aumentado la demanda. Se habla de todas las posibilidades que ofrece el teletrabajo, como vehículo para facilitar el retorno a las aldeas. Se dicen muchas cosas. De momento no es fácil separar el grano de la paja. Quién se lo está pensando en serio y quién esbardalla por pura desesperación al verse limitado en el ámbito urbano. Cuesta discernir entre toda la maraña los intereses que hay detrás de tantos comentarios. Porque seguro que los hay. Siempre los hay. Todas las crisis acaban por beneficiar a alguien. Nunca, eso sí, a la mayoría. Pocas veces a aquellos que tienen menos recursos.

Sería una buena noticia, sin duda una secuela positiva de la pandemia, que nuestras aldeas volviesen a latir de vida con la llegada de gente joven, de familias dispuestas a quedarse para criar a sus hijos en ese entorno. Sería casi un milagro. Una vacuna para erradicar esa enfermedad endémica que va matando poco a poco a provincias como la nuestra. La desertización humana en el medio rural y el progresivo e imparable envejecimiento de la población en la mayoría de nuestros ayuntamientos constituyen uno de los principales problemas de esta sociedad. Una seria amenaza para el modo de vida que hemos construido y para el sistema de protección social que hemos disfrutado en las últimas décadas. Sucede, sin embargo, que la inmunización frente a ese otro virus silencioso está bastante más lejos que aquella que se persigue con denuedo para doblegar al covid-19.

Si apelamos al sentido práctico, hay dos condiciones fundamentales que pueden favorecer, o incluso propiciar, que una familia decida asentarse en el medio rural. Una de ellas es, sin duda, disponer de unos servicios adecuados; si no iguales, al menos comparables a aquellos que disfrutan los habitantes de los ámbitos urbanos. Las ventajas que a priori puede ofrecer la vida en una aldea pueden quedar reducidas a cenizas si la gente tiene dificultades para acceder a una conciliación efectiva de la vida laboral y familiar, a una sanidad pública en condiciones o a una educación de calidad para los niños. Pocos alicientes supone un traslado de ida y vuelta. O lo que es lo mismo, mudarse al campo para hacer vida en villas o ciudades.

Otra condición, sin duda la más decisiva, es que sus miembros dispongan de medios para ganarse dignamente la vida. Las posibilidades de teletrabajar son todavía escasas para un porcentaje muy elevado de la masa salarial de nuestra provincia. Eso sin olvidar que en muchos lugares ni siquiera existe una conexión decente a internet o una cobertura aceptable de redes móviles. Por otra parte, a diferencia de lo que algunos pueden creer, los ganaderos y agricultores que viven y ejercen su profesión en el campo no son hippies dedicados al autoconsumo y a disfrutar del paisaje en taparrabos. Son empresarios que, todos los días del año, fines de semana incluidos, realizan un trabajo duro para cuidar de sus cultivos y de sus animales, al tiempo que tienen la calculadora en la mano para hacer que los números cuadren.

Por eso, más allá de ensoñaciones bucólicas sobre el regreso a la tierra prometida, conviene que las prioridades estén claras. Con independencia de otras consideraciones, es importante conservar lo que tenemos y planificar el futuro sobre realidades palmarias. Esta semana el presidente de la Xunta visitaba las instalaciones de Leche Río y nos recordaba lo que somos. Un auténtica potencia ganadera. Nuestros productores compiten con alemanes, holandeses y franceses, entre otros. Juegan desde hace tiempo en la liga de los mejores, sin complejos. Aun así, necesitan ayuda. No solo subvenciones, sino que la Administración regule las condiciones para hacer más rentable su trabajo. Para que puedan generar riqueza y empleos en el medio rural.

De eso va, según el gobierno gallego, el nuevo plan estratégico para el sector lácteo. Su objetivo es que se llegue a transformar el 75% de la leche producida en Galicia. Que el valor añadido que puede generar esa producción primaria se quede aquí y repercuta en el territorio. Si aquellos que lo han pensado dan en el clavo, eso sí sería poner un pie en la tierra prometida. De lo demás, seguiremos hablando. Se dicen muchas cosas. Grano y paja.

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