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Ganas

▶Estamos deseando volver a la vida normal, pero debe imperar la prudencia para no dar pasos atrás
Gente paseando y en las terrazas en Lugo. XESÚS PONTE
photo_camera Gente paseando y en las terrazas en Lugo. XESÚS PONTE

TENEMOS GANAS. Esa es la verdad. Tenemos ganas de regresar a la vida normal y de que nos digan que todo lo que hemos pasado en los dos últimos meses no ha sido más que un mal sueño. Que después del esfuerzo colectivo que hemos realizado casi todos, ese virus cabrón que ha paralizado a todo un planeta ha sido definitivamente vencido. Que ya no puede hacernos daño, ni a nosotros ni a la gente que nos rodea.

Tenemos ganas de buenas noticias. Ganas de que nos digan que todo va a ir bien, pero no como una forma de infundirnos ánimo en tiempos de zozobra. Que nos lo digan y que realmente vaya bien. Ganas de entrar en las tiendas habituales con tranquilidad, con la única preocupación de encontrar lo que buscamos y de no gastar más de lo que podemos permitirnos. Ganas de salir a pasear por toda la ciudad, de ir a donde nos dé la realísima gana sin rendirle cuentas a nadie sobre los pasos que hemos dado o los que tenemos pensado dar. Ganas de ver a nuestros familiares y amigos. De abrazarlos, de tocarles, de preguntarles sin una pantalla de por medio cómo les va, qué tal están. Cómo han soportado un confinamiento que, en algunos momentos, parecía insoportable. Ganas de recuperar el tiempo perdido, de hacerle el boca a boca a las horas muertas que pasamos detrás de las ventanas. Ganas de vivir, de volver a esas deliciosas rutinas que en algún momento nos parecían tediosas y carentes de emoción.

Tenemos ganas de vernos. De caminar por las calles o de usar el transporte público sin necesidad de cubrir nuestra cara con una molesta mascarilla. Ganas de no sentir miedo. De desinfectar el temor que nos provoca un enemigo invisible. De no repudiar a nuestros semejantes. De volver a mirarnos de frente para comprobar si los ojos acompañan a las sonrisas que dibujamos con la boca. Ganas de no vivir en una sociedad higienizada en carne viva. De tomarnos un helado por la calle o de sentarnos en un banco público. Porque sí, sin otra pretensión que no hacer nada durante un rato. Ganas de que nos caliente el sol. De regresar a los parques para no hacer nada más que regresar. Ganas de reconquistar los espacios de ocio infantil, esos que los más pequeños de la casa han perdido en una batalla absolutamente desigual. Merecido lo tienen los niños, más capaces que los adultos de adaptarse a todas las consecuencias de este infortunio. Ganas también de que ellos recuperen las ganas.

A principios de esta semana reabrieron sus puertas un puñado de bares y cafeterías en la ciudad. Muy pocos todavía. Había ganas de salir de casa. Había ganas de encontrarse con los amigos. Ganas de charlar un rato y ganas de tomarse tranquilamente unas cañas al finalizar el día. Unas cuantas, para recuperar parte de las atrasadas. Un anticipo de las que vendrán cuando regresemos a la vieja normalidad. Había ganas de volver al casco histórico, de sentir otra vez el latido en el corazón de la ciudad. De disfrutar del buen tiempo de la primavera. Había ganas de terrazas, sin duda.

Fueron muy pocos los establecimientos que se arriesgaron a abrir sus puertas y a montar sus terrazas con las restricciones impuestas por la fase 1 del estado de alarma.

Eso sí, aquellos hosteleros que dieron el paso se encontraron con que la demanda llevaba muchas semanas esperando por la oferta. Estaban abarrotadas de gente. Quizás demasiada. Muchas personas, muy cerca unas de otras y con pocas medidas de seguridad.

Las autoridades sanitarias avisan de que la batalla aún no está ganada. El enemigo retrocede, pero es invisible y, por lo tanto, escurridizo.

No deberíamos olvidarlo, pero a veces nos pueden las ganas.

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