Blogue | Patio de luces

Una fábrica de ventiladores

Apoyar a sectores estratégicos en momentos de dificultad es una obligación para tener futuro

Seguí esta semana una encendida aunque breve polémica a través de las redes sociales en relación con la situación de la planta de aluminio primario que Alcoa tiene en San Cibrao. Alguien dijo que el "problema de fondo" es que la empresa "no es rentable2 y que mantener "artificialmente" a un "mastodonte" no "es el camino", como ya quedó demostrado en otros lugares con diferentes actividades industriales que fueron sostenidas con dinero público de forma artificial. Sin duda, realizar una afirmación tan categórica requiere de un grado de conocimiento sobre la situación del mercado mundial del aluminio y un nivel de información sumamente preciso sobre el estado de la planta mariñana de los que yo, sinceramente, carezco. Y seguramente también la persona que hizo el comentario. Alguien le recordó, en todo caso, que la solución que se busca y que se plantea para salvar miles de puestos de trabajo en la comarca de A Mariña no es una nacionalización del complejo, sino una intervención temporal para su posterior venta a un comprador interesado en mantener la producción. Parece poco probable que haya alguien dispuesto a invertir una suma considerable de dinero en unas instalaciones ruinosas. Trabajadores, Administración y una multinacional británica le ven futuro a esa fábrica. Es cierto que con un precio de la energía competitivo, adaptado a las necesidades de un consumidor electrointensivo, pero nada diferente a lo que sucede en otros países europeos que cuidan mejor a su industria nacional.

Es curioso. Hace ahora cinco años, cientos de ganaderos de la provincia de Lugo rodearon la muralla con sus tractores para exigir un valor digno para el fruto de su trabajo. Se movilizaron para llamar la atención sobre la difícil situación que estaban atravesando sus granjas como consecuencia de unos precios de la leche en origen que eran insuficientes para cubrir los costes de producción. Las adhesiones iniciales a esa protesta se convirtieron por parte de determinados sectores en quejas y críticas transcurridas varias semanas, por las molestias que ocasionaban los vehículos agrícolas estacionados en la ronda a la economía local. Una cosa llevó a la otra y hubo voces que llegaron a cuestionar públicamente las ayudas, muchas de ellas sufragadas con fondos europeos, que recibe este sector para mantener su actividad. Sin dejar de reconocer la incomodidad que provocaba esa singular forma de manifestación, también hubo quien tuvo a bien recordar que la capital lucense es una ciudad de servicios, cuyos negocios, incluido el comercio y la hostelería, viven en parte gracias a lo que se gastan en esos establecimientos los habitantes de los municipios rurales, cuyo trabajo diario contribuye además al cuidado del medio ambiente y evita que vivamos rodeados de una auténtica selva. Lo decía no hace mucho un alcalde lucense: "Teño que mirar pola miña Alcoa, porque teño a 600 persoas do concello inscritas na agraria»". 

En un momento determinado cualquier negocio puede sufrir un revés. Lo estamos viendo como consecuencia de una pandemia que lo ha puesto todo patas arriba. Probablemente, ningún sector está ahora para tirar cohetes, pero es innegable que la hostelería y el comercio están sufriendo de forma especial las restricciones para tratar de frenar los
contagios. Necesitan ayuda. Seguramente mucha para salir del agujero en el que nos ha metido una enfermedad que ha cambiado en pocos meses nuestra forma de vida y los hábitos que sostenían a la economía local. Todos dependemos de los demás. Decir que cuando algo no es rentable hay que cerrarlo, sin matices, es algo más que temerario en una provincia en la que no nos sobra de nada. Es evidente que aquello que se pierde muy difícilmente vuelve a recuperarse. A veces, toca arrimar el hombro, entre todos, para salvar y conservar lo poco que tenemos. A lo mejor a la larga se demuestra que determinados esfuerzos fueron un error, pero nadie es dueño del futuro.

Si cerramos esto y aquello, dejamos morir lo otro y clausuramos lo siguiente, la única alternativa que nos queda es montar una fábrica de ventiladores. Para vivir todos del aire. 

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