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Emocional

La cacareada recuperación económica no acaba de llegar a la economía doméstica

ES DE MUY MALA EDUCACIÓN escuchar conversaciones ajenas. En todo caso, creo que hay matices que pueden suavizar una apreciación tan radical. Para que el asunto adquiera semejante categoría tienen que darse una serie de condicionantes. Al menos dos, en mi modesta opinión. Tiene que existir voluntad de enterarse de cuestiones que no son de su incumbencia por parte de quien pone el oído. También cierto decoro a la hora de hablar por parte de quienes protagonizan la charla. A veces es imposible no enterarse de lo que está diciendo el tipo de al lado. No se trata de que exista interés manifiesto por fisgar en diálogos ajenos. Solo un sordo podría librarse de los castigos que tenemos que soportar en ocasiones aquellos que tenemos unas aptitudes auditivas dentro de los límites de la normalidad. Hay individuos que cuando abren la boca no se conforman con que se entere su acompañante. Da la impresión de que proyectan la voz, o simplemente suben el volumen, para compartir su desbordante inteligencia con el resto de la necia humanidad. Es como si necesitasen público para desarrollar sus habilidades sociales o para poner en evidencia la notable carencia de las mismas. Quién sabe. Solo puedo asegurar que algunos rollos que me he visto en la obligación de soportar de forma totalmente indirecta, y sin consentimiento alguno por mi parte, deberían ser tipificados como una forma de abuso.

A lo que íbamos. No hace mucho escuché una de esas conversaciones. Estaba a pocos metros de los interlocutores, a menos de dos pasos largos. Era prácticamente imposible no oír lo que decían. Por el contenido de la charla, eran jefe y subordinado, sin duda. El más joven, un chico de veintitantos años, se quejaba por sus condiciones laborales. Ingresos reducidos, seguro de autónomo y pocas perspectivas de futuro. Ante tales evidencias, el otro le preguntó si estaba satisfecho con lo que hacía. Si le gustaba el trabajo que desempeñaba dentro de la empresa. El chaval respondió afirmativamente. Estaba contento con sus compañeros y no le disgustaba la función que le había tocado desempeñar dentro del equipo. El único inconveniente es que, a pesar de trabajar a jornada completa, no llegaba a final de mes. Descontados los gastos propios de su actividad, apenas le quedaban libres seiscientos o setecientos euros. Eso en el mejor de los casos. Con toda la tranquilidad del mundo, con el sosiego de quien se sabe en posesión de la verdad, su superior le dio una palmadita en el hombro y se puso hablar del "salario emocional". Vino a decirle que eso de cobrar está muy bien, que el sueldo efectivo tiene su cosa. Al fin y al cabo todos vamos al tajo por dinero. Pero también le recordó que no es menos importante la satisfacción del deber cumplido, de saber que uno es bueno en lo suyo. Estar contento con lo que uno hace. Ya llegarán las oportunidades de prosperar. Están a la vuelta del camino.

No vi al chaval muy convencido. Movía la cabeza con gesto afirmativo, pero la expresión de su cara decía algo diferente. Me dio por pensar que, a lo mejor, incluso conocía la verdadera acepción de lo que hoy se ha dado en llamar "salario emocional". Vienen siendo todas aquellas retribuciones no económicas que ofrece la empresa para mejorar el ambiente laboral, aumentar la motivación de los empleados e incrementar su productividad. Son beneficios como disponer de un horario flexible, posibilidades de teletrabajo, guardería para los niños, días libres en fechas señaladas, planes de jubilación, seguros médicos privados, actividades gratuitas para incrementar la formación de la plantilla o incluso la existencia de un espacio dedicado a la distracción y al ocio dentro del propio centro laboral. Cuestiones que, acompañadas de un salario digno, sin duda, contribuyen a mejorar el bienestar de la tropa. Una utopía, en todo caso, para la inmensa mayoría de la mano de obra lucense.

Con motivo de la celebración del 1 de mayo, los sindicatos se quejaban de que la tan cacareada recuperación económica no está llegando a la calle. No se percibe por parte de la clase trabajadora. Estamos asistiendo a una clara precarización del mercado laboral, con salarios tan bajos que el personal no llega a cubrir gastos. En el último mes, fueron formalizados unos 20.000 contratos en Lugo, pero más de un 80% de los mismos son de carácter temporal, muchos de ellos con solo un día de duración. Menguan las cifras de parados, pero la gente se pregunta a qué precio. Bajo, en todo caso.

Lo bueno de escuchar conversaciones ajenas es que no tienes que intervenir. Puedes oír necedades, medias verdades o mentiras descaradas. No va contigo, pero a veces te quedas con las ganas de decir algo. Recordar, por ejemplo, que un trabajo bien hecho debe ser remunerado con un sueldo digno y unas condiciones mínimas aceptables, al menos. Ni siquiera emocionantes. Que la formación, el talento y el esfuerzo tienen que tener la retribución que se merecen. La justicia es también la base de unas relaciones laborales sanas. A partir de ahí, que cada uno administre sus emociones y sentimientos como pueda o quiera.

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