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Duelo a garrotazos

Sánchez, de espaldas, durante la sesión de control. EFE
photo_camera Sánchez, de espaldas. EFE

Este tiempo de confinamiento, ahora rebajado por paseos compulsivos a partir de las ocho de la tarde, nos ha enseñado una vez más lo frágil que es la condición humana y la facilidad con la que puede desmoronarse nuestro modelo de sociedad, aparentemente sólido y robusto, en apenas un suspiro. El coronavirus, además de matar a mucha gente y de colocar al borde de la ruina a mucha otra, nos ha mostrado de forma dolorosamente clarificadora cómo puede cambiar nuestra propia vida en solo unos días. Da un poco de vértigo pensar que una enfermedad de la que oímos hablar por primera vez en el mes de diciembre haya sido capaz de poner patas arriba a todo un planeta. En cuatro meses lo ha paralizado casi todo y ha hecho cambiar, probablemente para siempre, nuestra propia forma de ser y de estar en el mundo Desde luego invita a reflexionar. Y a corregir errores que, sin duda, se han cometido.

No dejo de pensar, de hecho, qué podría suceder si tuviésemos que hacerle frente a un virus incluso más letal. Lamentablemente, creo que, con la tropa que gobierna este mundo, nuestra especie quedaría al borde del colapso. Seguramente para regocijo de todas las demás. Todo hay que decirlo. No hay más que ver como los animales recuperaron en poco tiempo parte del espacio que les fuimos arrebatando por la fuerza. No somos precisamente una bendición para el medio ambiente en el que nos han soltado.

Estos días recordaba con nostalgia que hace poco más de un año tuve que hacer un viaje de trabajo a Madrid. Ahora celebramos con jolgorio el permiso para dar unas vueltas de hamster alrededor de nuestra propia casa. Tenía que participar en una reunión y aproveché el desplazamiento para disfrutar durante un par de días de las muchas cosas buenas que ofrece esa ciudad. Visité, una vez más, el Museo del Prado. Pensé ayer en las Pinturas Negras de Francisco de Goya. Fue mientras leía las crónicas sobre la sesión celebrada en el Congreso para prorrogar una vez más el estado de alarma. Me vino a la cabeza ese cuadro llegado de la Quinta del Sordo en el que dos desgraciados se están matando a palos. Hundidos hasta la rodillas y sangrando a causa de los golpes, siguen peleando para cargarse a hostias al tipo de enfrente. O hasta que ambos queden exánimes en ese paraje desolador en el que los pintó el artista. Hay quien ve en esa obra una metáfora de la lucha fratricida en este país cainita.

Entiendo, inocente de mí, que la prórroga de un estado de alarma, cuyas medidas condicionan de forma excepcional la vida de los ciudadanos, debe asentarse sobre criterios científicos y recomendaciones de las autoridades sanitarias. A fin de cuentas, mantener durante quince días más una situación tan anómala, con todas las consecuencias negativas que tiene para el bolsillo de la gente, solo es justificable si realmente puede contribuir a doblegar definitivamente al virus y, consecuentemente, a salvar vidas. No sé si los señores diputados tuvieron esto en cuenta. A la vista del resultado de la votación, está claro que cada grupo hizo sus propias deducciones. Preguntado en una entrevista por la primera conclusión que sacó de ese debate parlamentario, Pablo Casado dijo que "Sánchez está cada vez más solo". Y lo hizo después de que cada partido del bloque de la derecha votase de forma distinta, con la abstención de los populares, el apoyo de Cs al Gobierno y el no rotundo de Vox. La aritmética de la sesión fue realmente retorcida. Coincidieron en el sentido de su voto los de Abascal con los independentistas catalanes, mientras que a la abstención del PP se sumaron formaciones como Bildu, que provoca sarpullidos en Génova. Al Ejecutivo bipartito se sumaron los nacionalistas vascos y los de la formación naranja. "Con Rivera no", pero con Arrimadas sí.

"Ya le dije que no le voy a apoyar. Usted a mí no me echa pulsos", aclaró el líder del PP —en la misma entrevista— en alusión a su conversación con Sánchez. Y pensé otra vez en los dos desgraciados que pintó Goya. Hundidos hasta las rodillas mientras se revientan a palos, cegados por la ira y el odio. Lamentablemente, en este ‘Duelo a Garrotazos’ los golpes los llevamos todos.

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