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Mi 'pepino'

ESTOY encantado con mi pepino. Que nadie piense mal ni se llame a engaño. Hablo de mi coche. De mi Peugeot, que está a punto de alcanzar la mayoría de edad en un estado de forma que ya quisiera yo para mí. Acaba de pasar la ITV con la habitual solvencia de cada año. Sin poner una rueda en el taller y sin ninguna revisión previa. Con dos pares. Un cambio de aceite y la sustitución de una bombilla en el grupo óptico trasero fueron todas las atenciones que demandó en el último año. Tras casi dos décadas, nunca me ha dado un disgusto. Salvo las necesarias operaciones de mantenimiento, no ha sufrido ninguna avería. Ninguna de esas, al menos, que te obliga como propietario a rascarte bien el bolsillo.

No me considero un ingenuo. Supongo que a los coches les pasa como a las personas. Los achaques aparecen a medida que se van haciendo mayores. En el estado general influyen los cuidados que han recibido a lo largo de su vida y el trato que les han dispensado, pero llega un momento en el que todo se acaba. Espero que todavía nos preste servicio durante muchos años más, pero soy consciente de que, probablemente, sus mejores épocas han quedado atrás. En algún momento tendrá que meter el morro en el concesionario para algún remiendo. Es ley de vida. La consecuencia del llamado factor de obsolescencia.

Lo de llamarle pepino es reciente. En realidad, no lo es. Es un vehículo diésel al que le pesa bastante el culo. Cumple perfectamente su función y alcanza sin esfuerzo las velocidades máximas permitidas en carreteras y autovías, pero no es un bólido. La broma surgió al preguntarme mi hija si el "coche gris" era "muy viejo". Le dije que no. Ni mucho menos. Le aclaré con gusto que es un auténtico "maquinón", un verdadero devorador de kilómetros al servicio de la familia. Siempre presto para llevarla de un lado para otro, con eficacia y comodidad. Un pepino, vamos. Y sumamente educado, porque Mi pepino siempre tiene a bien saludarla, con el parpadeo de los intermitentes delanteros y traseros, antes de que se suba en él. Supongo que eso ahora ya no se lo cree, pero aún me hace ilusión meter la mano en el bolsillo para presionar el botón que desbloquea las puertas y que el coche le diga «hola». Bobadas de padre bobo.

Fue el primer automóvil que me compré con mi dinero. A letras, evidentemente. El vehículo que nos ha llevado desde la juventud de los veintitantos hasta la supuesta madurez de los cuarenta —y pocos—. Está asociado a muy buenos recuerdos. No sé si la niña lo percibe de algún modo, pero hasta ahora siempre había sido su preferido. Por delante de cualquier otro. Siempre quería viajar en el "coche griseiro". Por eso me sorprendió que me dijese que le gustaba más subirse "en el Nissan" de su abuelo Manolo.

Es un vehículo mucho más nuevo, moderno y ahora mismo bastante más chulo. Aun así, me extrañó tal viraje. No por ilógico, sino por inesperado. Aunque los motivos podrían ser bastante evidentes, no sé si un poco molesto, le pregunté por qué. La respuesta fue mucho más original. Me explicó que en el «coche Nissan» le ponían "música da Roda".

Dispuestos a recuperar el favor para nuestro vehículo familiar, buscamos y en encontramos un disco que compramos hace más o menos los mismos años que tiene el Peugeot. Fue tras un concierto de A Roda en Aguiño: Onde Galicia é Portugal. El pasado fin de semana, con la intención de sorprenderla, pinchamos varios temas. Escuchó con mucha atención. Reconoció los acordes y la voz grave de Fito. Frunció un poco el ceño y dijo: «Estas no son las mismas canciones que me ponen en el coche de Manolo, pero también me gustan». Creo que hay pepino para rato.

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