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Fin de curso

TERMINA EL CURSO. Dentro de unos días, los niños ya no tendrán que madrugar para ir al colegio. Esa circunstancia cambia la rutina diaria de las familias, pero también altera de forma notable los biorritmos de la ciudad. Se nota mucho cuando no hay clase, especialmente por la mañana y a primera hora de la tarde, cuando finaliza el horario lectivo. Da la sensación de que todo fluye con más calma. Se reduce mucho la intensidad del tráfico, especialmente en esos momentos puntuales, y no se ven los habituales atascos en las inmediaciones de los centros escolares. También es más fácil encontrar sitio para aparcar. Es evidente que una parte de los padres que salen a diario con su coche y conducen por el centro de la ciudad para llevarlos a la escuela ya no tienen esa necesidad cuando sus hijos se quedan en casa. Así de sencilla es la explicación.

La distribución del tráfico en el centro de la ciudad ha experimentado un notable cambio a raíz del inicio de los trabajos para la peatonalización de A Mosqueira. A determinadas horas se han producido atascos en las inmediaciones de Ramón Ferreiro y San Roque. Sin embargo, previsiblemente, la congestión irá a menos ahora que se acaban las clases. También a medida que todos nos vayamos adaptando a esas modificaciones y planificando nuestros itinerarios en función de la nueva realidad, dado que en varias calles de ese entorno ha sido alterado el sentido de la circulación.

Me ha dado por pensar que, a lo mejor, no ha sido mala idea hacerlo ahora, dado que tenemos todo el verano por delante para acostumbrarnos a la nueva organización. Además, tampoco es un mal momento político. Estamos en el ecuador del mandato. Quedan dos años para las próximas elecciones locales. Hay tiempo de sobra para permitir que el nuevo modelo se asiente o, si fuesen precisas, hacer las correcciones necesarias. Eso mismo habrán pensado en el gobierno local. Supongo.

Este tipo de transformaciones, que en un primer momento generan molestias y, consecuentemente, cabrean bastante al personal, hay que abordarlas siempre con bastante antelación a una convocatoria electoral. Si el efecto de los cambios es positivo, sin duda se verá mejor a medio plazo, cuando la gente se haya olvidado un poco de las incomodidades iniciales. No es bueno para quien gobierna hacer correr a los votantes hacia las urnas con una piedra en el zapato. Asume el riesgo, nada menor, de que elijan la papeleta con las tripas en vez de utilizar la cabeza. En política, seguramente, nunca debe subestimarse la fragilidad de la memoria ni mucho menos la fuerza tractora del descontento que generan pequeños detalles. Y todavía menos en el ámbito local.

El fin de curso está próximo para los niños, pero a los señores y señoras que conforman el gobierno municipal de Lugo todavía les queda mili por delante. Tendrán que salvar varias evaluaciones parciales antes del examen final. Si andan vivos, les queda tiempo suficiente para corregir aquellas faltas que son más o menos evidentes en su gestión y para escuchar a la calle a la hora de afrontar las sucesivas recuperaciones antes de la prueba final. La expresión latina nos dice que "errare humanum est perseverare autem diabolicum" -errar es humano, perseverar en el error diabólico-. Yo añadiría, de mi cosecha, que empecinarse en los errores es de idiotas o de suicidas políticos. También de soberbios, no hay que olvidarlo. Un amigo me dijo una vez que no sentía inclinación a repartir la razón, porque normalmente la tiene toda él.

Hay que tener un poco de paciencia. El tiempo dirá si los cambios introducidos en la circulación o en las rutas del transporte público son realmente efectivos. O si el carril bici que tanta contestación social está generando en algunas zonas de la ciudad es realmente útil o sencillamente un despropósito. Si algo no funciona, deberían revisarlo. No deben olvidar los ediles del gobierno local que su examen lo corregimos los ciudadanos. El curso termina dentro de dos años.

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