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El que no llora

Las manifestaciones de esta semana han vuelto a recordarnos los problemas endémicos del campo

UNA VEZ ME dijo una persona que ejerció durante toda su vida como profesora de infantil que no siempre los niños que más lloran cuando sus padres los dejan por primera vez en el colegio son los que más están sufriendo. Efectivamente, son los que más llaman la atención de los mayores, y de forma concreta de sus propios progenitores, porque son los que más escándalo forman con sus llantinas. Ese sentimiento de desamparo que sienten al verse rodeados de repente por personas extrañas y en un lugar que les resulta desconocido aflora como un torrente en forma de lágrimas y berridos. Otros, en cambio, afrontan el trance de forma silente. Es muy posible que no se sientan más seguros en ese entorno aparentemente hostil que sus compañeros que sollozan con desconsuelo. En su caso, la procesión va por dentro. Son más tímidos, más introvertidos o, simplemente, más sufridos. Su aparente resignación no debería privarlos de la misma atención que reciben aquellos otros que forman el coro de las lamentaciones, pero a veces sucede. El consuelo se centra normalmente en quienes expresan a gritos su aflicción y angustia. Será porque dan más penita, inspiran más ternura o, simplemente, para que se callen de una puñetera vez.

Eso es precisamente lo que les ha sucedido a los agricultores y ganaderos gallegos. Mientras sus problemas se acumulan y parte de su futuro se decide en Bruselas, donde en estos momentos se está negociando el presupuesto de la futura Política Agraria Común (PAC), sus representantes en las Cortes están más centrados en dilucidar si una señora venezolana puso el tacón de su zapato en suelo patrio, sin duda un asunto de gran relevancia para el porvenir de nuestro país. Con la mirada puesta en dramas consumados, como el cierre de la térmica de As Pontes, y la respiración contenida ante la negra sombra que se cierne sobre la fábrica de aluminio de A Mariña, nos habíamos olvidado de las dificultades por las que pasa nuestro sector primario. Hizo falta que los productores saliesen de nuevo a la calle esta semana y la montasen ante la Delegación del Gobierno en Galicia para que la sociedad y los políticos caigamos de nuevo en la cuenta de que lo suyo no está precisamente para tirar cohetes.

Hace unos días, el conselleiro do Medio Rural, José González, se reunía aquí con representantes de la plataforma Galicia Baleira. Ya saben, ese colectivo formado por asociaciones de vecinos de Lugo y Ourense que pretende promover medidas para frenar la despoblación de nuestras aldeas. Dijo algo que es una verdad tan grande como un templo gótico. La única posibilidad real de frenar esa sangría pasa por conseguir que la gente viva «en el rural y del rural». En otras palabras, no se puede fijar población en las comarcas si las familias no tienen medios para ganarse la vida dignamente. Son necesarios servicios, medidas de conciliación, mejores comunicaciones, una atención sanitaria adecuada y otras tantas cosas. Aun así, no nos engañemos, todo eso pasa a un segundo plano si el personal no consigue los ingresos que precisa para llegar a final de mes. Trabajo y un salario suficiente para cubrir las necesidades básicas de los suyos. El problema es tan viejo como conocido. Para que sea rentable dedicarse a la agricultura, a la ganadería o a cualquier otro negocio, la gente tiene que cubrir los gastos derivados de su actividad y sacar un margen, más o menos holgado, de beneficios.

Eso es precisamente lo que reclaman nuestros agricultores y ganaderos. Un valor justo para el fruto de su trabajo. Recuerdan que el precio de la leche o de la carne se mantiene en números similares a los de hace décadas. Sin embargo, los gastos para producir se han disparado. Sin meternos en cuestiones más técnicas, basta con fijarse en las tarifas de la energía eléctrica o de los carburantes, suministros básicos para el funcionamiento de las granjas. Por ello, el sindicato Unións Agrarias reclama que pagar en origen por debajo de los costes de producción sea considerado delito. Algo así como una estafa por parte de quienes manejan márgenes comerciales totalmente abusivos. Recuerda que las explotaciones agropecuarias no son oenegés.

La solución no se espera para mañana por la mañana. Además de trabajar, de modernizar sus explotaciones y de mejorar la genética de su cabaña, ganaderos y agricultores tendrán que seguir saliendo a la calle. Tenemos memoria de pez y el que no llora, lamentablemente, no mama.

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