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"Échale huevos"

Autónomos y trabajadores luchan por seguir a flote en una situación que pinta mal

"ÉCHALE HUEVOS, PEDRITO. Échale huevos". Es una de las consignas más repetidas en los últimos meses en las movilizaciones de los trabajadores de Alcoa, que siguen con su lucha a brazo partido para conservar sus empleos y el medio de vida de una parte importante de la comarca de A Mariña. Es una forma coloquial de pedirle al presidente del Gobierno que tome de una vez la decisión de intervenir la planta de aluminio primario. Hacen referencia a las gónadas presidenciales no para interpelar a la hombría del jefe del ejecutivo bipartito, sino para apelar a la valentía que requiere una decisión política de ese calibre. El comité de empresa aún mantiene la esperanza, aún confía en que llegue una solución que se demora desde hace meses. Espera que las administraciones hagan la parte que les toca, porque los más perjudicados por el posible cierre de fábrica no pueden hacer más de lo que han hecho. Le han echado tiempo, imaginación, esfuerzo y también huevos. Seguramente en pocos días sabremos si ha sido suficiente. Debería serlo.

Sobre eso de echarle atributos a la vida me ha dado por pensar esta semana. Fue después de enterarme de que ha sido decretado un toque de queda que nos obliga a meternos a todos en casa a partir de las once de la noche. De comprobar que algunos países vecinos vuelven a confinar a su gente en casa. De ver que los gobiernos de algunas comunidades autónomas han tomado la decisión de cerrar las puertas de sus regiones. De comprobar que los casos de coronavirus no dejan de crecer en nuestra provincia y, de forma significativa, en la ciudad de Lugo. De reflexionar sobre lo que nos espera en los meses venideros, e incluso en los próximos años, si la economía doméstica no es capaz de remontar el vuelo rasante con el que planeaba antes de la llegada de la pandemia. No parece fácil el camino que tenemos por delante. Saldremos de esta. Seguro que sí. Llegará la esperada vacuna y superaremos esta crisis sanitaria. No me cabe la menor duda. Lo que no sé, lo que no sabe nadie, es cuándo. Ni tampoco a qué precio.

Aparte de las vidas humanas que está segando, la enfermedad viene acompañada de miedo, de incertidumbre, de desconfianza y de ruina. Todo está triste. Las calles, los bares y los lugares en los que antes nos reuníamos para sacudirnos las penas no son más que una sombra melancólica de lo que eran hace unos meses. Si durante el confinamiento la gente tenía la esperanza de que esta crisis sanitaria se solventase de una forma más o menos rápida, ahora todo el mundo empieza a darse cuenta de que tenemos pandemia para rato. Ni siquiera la cercanía de los nuestros puede consolarnos en estos momentos de zozobra. Hasta los domicilios, habitual refugio de las familias en tiempos difíciles, han sido mancillados por la descarada irrupción del bicho. Es tan cruel lo que está sucediendo que hasta nos obliga a elegir entre la gente a la que queremos. Cinco y nada más, como los protagonistas de las novelas de Enyd Blyton que algunos devoramos en nuestra adolescencia.

Pero hay que tirar para adelante. No queda otra. No tenemos un caparazón, como las tortugas, o una concha, como los caracoles, para meternos dentro cuando se acerca el peligro. Tenemos que seguir haciendo nuestra vida. Con sentido, con prudencia, cuidando de nosotros mismos y de la gente que nos rodea. La rueda tiene que seguir girando. Si se para, seguramente acabará por aplastarnos bajo su peso. Tendremos que usar la cabeza, ser reflexivos. Gestionar nuestros miedos y nuestros sentimientos.

Mi primo Alejandro abría un bar esta semana. Desafiando la limitación de aforos, la prohibición de servir en la barra y el toque de queda. Son muchos los autónomos que, como él, le siguen plantando cara a lo que se nos ha venido encima. Las dificultades son muchas y las ayudas escasas. Son ellos, y muchos otros, los que realmente le echan huevos. En su caso no disparan con la pólvora de otros.

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